Apenas una generación atrás, incluso con nuestros padres, la mayoría de
nosotros no se sentía a gusto al hablar de su espiritualidad personal. Sin
embargo, ahora las personas hablan al respecto libremente hasta el punto que el
término mismo se nos muestra confuso con según que personas lo trates.
Se muestra difícil saber qué
quieren decir las personas cuando lo dicen. Por ejemplo, algunas personas
consideran que:
-
La espiritualidad es principalmente sobre ética y
moralidad.
-
Otros la ven como una reflexión teológica.
-
Otros más piensan que tiene que ver con la comunicación con
espíritus.
-
Muchos la asocian con la oración, la meditación y otras
prácticas espirituales.
-
A menudo se le asocia con la sanación y el crecimiento psicológico.
Dada esta variedad de interpretaciones, es interesante regresar a lo
que se entendía originalmente por espiritualidad tal como fue revelada en las
tradiciones de peregrinos espirituales que estuvieron antes que nosotros.
Pero qué es la espiritualidad sobre las enseñanzas y
escritos a través de los siglos de Sabiduría.
En muchas tradiciones, la palabra “espíritu” se
refiere a fuerza de vida, la energía básica del ser. En términos simbólicos, el
espíritu es el aliento de la vida. El hebreo ruah, el griego pneuma, el latín
spiritus y el sánscrito prajna todos significan tanto “aliento” como
“espíritu”.
Tradicionalmente, esta fuerza de vida se ve
manifestada en nuestro amor; en las pasiones e inspiraciones que nos motivan y
nos conectan con el mundo y unos a otros. Según esta visión, la espiritualidad
tiene que ver con las fuerzas fundamentales que impulsan nuestras vidas,
nuestros amores, pasiones y preocupaciones más profundos. Es la fuente de
nuestro sentido de significado y de nuestra voluntad de vivir, el origen de
nuestros deseos, valores y sueños más profundos. La espiritualidad es entonces,
la fuente de energía fundamental que alimenta todas nuestras emociones,
relaciones, trabajo y todo lo demás que consideramos significativo, no una cosa
aparte de nuestras vidas según la
creencia popular, la espiritualidad no es algo especial o extraordinario. Por
el contrario, es algo totalmente ordinario y completamente natural.
Todas las personas tienen una vida espiritual. La
expresamos de muchas maneras diferentes: en lugares de adoración, en el
trabajo, en la comunidad y en la familia, en todos nuestros compromisos y
creatividad. La vida espiritual es como una corriente profunda en el océano, que
a menudo no se ve pero que fluye a través de toda nuestra experiencia, que nos
mueve a buscar la realización y la conexión, que nos empuja hacia la verdad, la
bondad y la belleza.
Como lo dijera William Wordsworth, es algo
“profundamente fusionado al interior” que “va envolviendo todas las cosas”.
La espiritualidad es el alma de todas las grandes
religiones del mundo, y cada tradición de fe de su propia manera proclama que
la esencia de la espiritualidad es el amor. La expresión cristiana se encuentra
en los dos grandes mandamientos: Amar a Dios con todo nuestro ser y amar al
próximo como a ti mismo. Por lo tanto, la espiritualidad es la esencia de
nuestro deseo de cumplir estos mandamientos. Es nuestra participación en el
amor que nos creó “para que busquemos a Dios” (Hechos 17:27). Entonces, de
cierto modo, la espiritualidad se puede considerar un sinónimo de amor; no
necesariamente del sentimiento de amor, ni de las buenas obras que surgen del
amor, sino de la energía del amor mismo, antes de darle cualquier atributo o
comentario.
En la medida que buscamos a tientas la realización,
la fuerza de motivación fundamental de la espiritualidad se expresa a sí misma
de muchas maneras, algunas son sencillas y creativas, mientras otras son
distorsionadas y destructivas.
Las personas expresan su espiritualidad, sus amores
fundamentales en una variedad de formas. Por ejemplo, un concepto antiguo tanto
en el pensamiento occidental como oriental dice que la espiritualidad se
expresa en las tres formas principales de saber, actuar y sentir. La filosofía
cristiana asocia estas maneras con atributos de Dios. Dios es Verdad, Bondad y
Belleza por excelencia, y estas cualidades de lo Divino atraen a las personas
por la Ruta de
lo Verdadero, la Ruta
de lo Bueno y la Ruta
de lo Bello. Cada una de las rutas encuentra alguna expresión en cada una de
las personas, pero en cualquier momento dado un individuo puede verse más atraído
a una que a las otras.
Cada una de estas rutas puede ser una expresión
auténtica de amor.
La Ruta de lo Verdadero
Busca profundizar en el amor a través de la
comprensión “…y conocerán la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Para las personas atraídas por esta cualidad, amor a Dios y al prójimo implica
un conocimiento íntimo y una comprensión clara. Están interesados en teología,
filosofía y psicología. Disfrutan de lecturas que invitan a la reflexión y
están interesados en discernir los verdaderos significados de las escrituras.
Aunque esta ruta se apoya en gran medida en el entendimiento intelectual,
también incluye un discernimiento intuitivo y una realización inspirada.
La Ruta de lo Bueno
Expresa el amor mediante la acción, hacer lo
correcto, buscar cómo servir y promover la justicia: “…en cuanto lo hicisteis a
uno de estos…aún a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). Las
personas atraídas hacia esta cualidad expresan su amor a Dios y al prójimo
ayudando a los pobres, visitando a los enfermos, promoviendo la paz y la acción
social. Tienen una gran preocupación por la moralidad, aunque difieran
ampliamente en los valores que tienen. En las iglesias, se ven atraídos hacia
los grupos misioneros y otros servicios voluntarios. En las escrituras, tienden
a buscar pautas morales y motivación a la acción.
La Ruta de lo Bello
Experimenta el amor en la forma de sentimientos y
devoción: “Como un ciervo brama por las corrientes de agua, así clama por ti,
Oh Dios, el alma mía” (Salmos 42:1). Las personas atraídas hacia esta ruta
suelen responder de manera especial a las dimensiones sensoriales y emocionales
de la vida espiritual. Para ellos, el amor de Dios y del prójimo se asocia con
la pasión, la empatía y la intimidad. Les interesa la experiencia directa,
percibida de la relación con Dios y con los demás, y se sienten atraídos a la
alabanza, al agradecimiento y a la adoración. Aprecian de manera especial los
aspectos estéticos e inspiradores de la adoración y los pasajes conmovedores y
sentidos de las escrituras. Se asume que en la medida que una persona crece en
la vida espiritual, estas rutas se fusionan en un todo integrado.
Adicionalmente, las expresiones del amor de una
persona tienden a cambiar a medida que se profundiza en la experiencia de la
vida. Una forma de entender el proceso de crecimiento en el amor fue propuesta
por el monje del Siglo XII Bernardo de Claraval. Según él muchas personas
empiezan con “el amor a sí mismo para beneficio propio”, intentamos superar los
problemas y alcanzar la satisfacción en la vida mediante nuestros propios
esfuerzos. Bernardo sostiene que tarde o temprano encontramos que esto no
funciona. No estamos en capacidad de controlar las cosas lo suficiente como
para obtener lo que queremos y evitar lo que no queremos.
Esto lleva a la mayoría de las personas a la segunda
fase, la cual Bernardo denomina “el amor de Dios para beneficio propio”. Al
reconocer que no podemos controlar la vida por nuestra cuenta, nos volvemos
hacia lo Divino en busca de ayuda. Para muchas personas, es el comienzo de una
vida espiritual consciente e intencional. Bernardo sostiene que de una manera u
otra, nuestras oraciones de ayuda son atendidas. Es posible que no ocurra de la
forma que esperamos, pero sí reconocemos que la gracia de Dios está activa en
nuestras vidas. Luego, Bernardo dice, en algún momento nuestro enfoque gira de
los dones que recibimos hacia el Dador de los dones. Nuestro amor se vuelve más
hacia Dios que por lo que Dios puede hacer por nosotros.
Esta es la tercera fase, “el amor de Dios para Dios
mismo”. Finalmente, según el pensamiento de Bernardo, este amor da lugar a una
nueva y profunda realización. Profundamente impresionados por la bondad de Dios
y sintiendo íntimamente el fluir del amor, las personas pueden empezar a
reconocer lo esencialmente buenas y amorosas que son. Este es el inicio de la
cuarta fase de Bernardo: “El amor a sí mismo para Dios mismo”. Uno empieza a
verse a sí mismo con nuevos ojos, revelando una nueva belleza y un nuevo
mérito.
No todas las personas experimentan la vida espiritual
que describe Bernardo, ni todas las personas pueden ubicarse claramente entre
las tres rutas clásicas. Si hay una “ruta correcta” para un individuo en
particular, es cuestión de la guía particular de Dios en el alma de esa
persona. No se puede prescribir refiriéndose a un modelo de crecimiento
espiritual. Sin embargo, dichos modelos pueden ofrecer cierta claridad al
proceso de vida espiritual y, lo que es más importante, afirmar que una
variedad de experiencias y actitudes pueden ser auténticas.
Adicionalmente, no obstante la mayoría de los
modelos espirituales parecen indicar un progreso gradual, la experiencia como
tal de las personas es mucho menos lineal. Con frecuencia, los “principiantes”
tienen experiencias de etapas posteriores, mientras que los “avanzados”
experimentan etapas iniciales. Dice Teresa de Ávila “nadie es tan avanzado en
la oración como para que no regresen con frecuencia al inicio”
Aunque la vida espiritual puede tomar muchas formas,
siempre y principalmente se trata del Amor. Quizás la experiencia más profunda
y pura de este amor ocurre en lo que las tradiciones denominan contemplación.
En el uso popular, contemplar algo es pensar al respecto, considerarlo desde
diferentes ángulos. Este no es en absoluto lo que entienden los autores
clásicos por espiritualidad. En términos clásicos, la contemplación es un tipo
particular de experiencia, por lo general ocurre en el contexto de la oración.
Es una experiencia pura de presencia amorosa y llega como un verdadero don, que
se da en el momento y en la forma que Dios elije. La raíz latina de la palabra,
cum (“con”) y templum (“templo”) connotan lo sagrado de la experiencia. En su
significado original, la contemplación es siempre un don, y no se puede lograr
mediante ningún método o práctica. De esta manera se contrasta con la meditación,
la cual incluye todas las prácticas y disciplinas que podemos adoptar de manera
intencional en el curso de nuestras vidas espirituales. En términos sencillos,
podemos meditar, pero no podemos contemplar ya que esto solo puede ocurrir si
tenemos el don. Una definición sencilla de la contemplación es “una presencia
amorosa de lo que es”.
En un contexto cristiano, porque “en Él vivimos, nos
movemos y existimos” (Hechos 17:28), estar presentes en las cosas tal como son
implica encontrar al Cristo que “es la plenitud que lo llena todo en todo”
(Efesios 1:23). En otras palabras, la contemplación significa encontrar a Dios
en todas las cosas y todas las cosas en Dios.
El Hermano Lorenzo, fraile carmelita del Siglo XVII,
lo llamó “la mirada amorosa que encuentra a Dios en todas partes”. Debido a que
las personas usan el término “contemplación” para describir cualidades
especialmente profundas de la oración, a menudo lo asociamos con silencio y
quietud; quizás incluso un alejamiento del mundo. Sin embargo, en términos
clásicos, significa una presencia abierta e inmediata en el mundo, percibiendo
directamente y respondiendo amorosamente a las cosas tal como son en realidad.
De esta manera, la contemplación no es necesariamente silenciosa ni quieta, ya
que también podría ser activa y ruidosa. En este sentido, la contemplación es
una cualidad de presencia que lo abarca todo, que incluye no solo nuestra
experiencia más interior sino también que percibe y responde directamente a la
situación y necesidades del mundo que nos rodea. En vez de intentar balancear
la contemplación y la acción, es más preciso ver la contemplación en acción,
afianzando y abarcando todo. De esta manera, todos nuestros pensamientos y
acciones pueden fusionarse en una apertura en oración y una capacidad de
respuesta amorosa.
Es la contemplación --o al menos una actitud
contemplativa-- la que conecta nuestra presencia con el mundo real. Por
ejemplo, en las tres rutas antes mencionadas, la capacidad directa de ver y
responder de la contemplación mantiene a cada cual centrado para dar respuesta
directa a las situaciones reales.Sin este anclaje en las cosas tal como son, la
forma de saber puede perderse en la abstracción intelectual, la forma de actuar
puede sucumbir a un fervor misionero ciego o agotamiento, y la forma de sentir
puede dar paso a un sentimentalidad ensimismada.
En términos psicológicos, se ha considerado
tradicionalmente que la contemplación es inmediata, anclada en el aquí y el
ahora. Los planes para el futuro y las memorias del pasado pueden ocurrir en
contemplación pero no desvían nuestra atención de nuestro deseo por Dios o de
las necesidades de la situación presente. Los planes y las memorias, al igual
que los pensamientos, los sentimientos y las percepciones sensoriales, son
simplemente partes de lo que está ocurriendo en el momento. En la contemplación
permanecemos alertas, no enfocados en una cosa hasta el punto de excluir otras.
A la mayoría de nosotros se nos ha enseñado a
concentrarnos (enfocar la atención) en una cosa a la vez. Sin embargo, la
experiencia contemplativa nos demuestra que funcionamos con más amor y que
podemos estar más conectados con nuestro deseo por recibir la guía de Dios
cuando estamos más despiertos ante lo que sucede. De esta manera, muchas prácticas
orientadas hacia la contemplación implican “desaprender” nuestros hábitos de
enfocar la atención. En vez de ello, se espera alimentar una voluntad simple de
estar abiertos a los movimientos, direcciones e invitaciones de Dios;
La contemplación es una experiencia que nos llega en
cualquier momento. Por lo general, es de corta duración pero puede tener
efectos profundos en nosotros. Entre otras cosas, dichas experiencias de
contemplación nos invitan a desarrollar una actitud contemplativa por el resto
de la vida. También, denominada vida contemplativa, esta actitud intenta
integrar la incomprensible sabiduría de las experiencias momentáneas de la
contemplación en la vida como un todo. Por ejemplo, la vida contemplativa
implica un reconocimiento de que las corrientes más profundas de nuestras vidas
son “asunto de Dios”, no nuestro. Esto implica una voluntad de permitir que
Dios sea el guía en nuestras opciones y decisiones.
Adicionalmente, la vida contemplativa honra el
misterio de las acciones de Dios; esperamos la guía de Dios, pero reconocemos
que quizás no la entendamos ni tengamos un conocimiento particular de lo que
podría ser esa guía. Confianza Una confianza profunda y radical en la presencia
y misericordia de Dios está implícita en la vida contemplativa.
En términos teológicos, la confianza implica vivir
bajo los siguientes supuestos:
1. La vida espiritual es totalmente sobre el amor.
Dios es amor y estamos creados en amor y por amor. Todas las personas tienen en
su esencia un deseo de crecer en amor con Dios y los demás. Este deseo se puede
ver gravemente distorsionado, como en el caso de un apego fuera de lo normal al
poder o a la violencia, pero nunca está ausente. Tal como San Pablo lo
proclamara ante los atenienses, “Dios nos creó para que busquemos a Dios“
(Hechos 17:26-27). Este es el propósito de nuestro ser. Los contemplativos de
todas las generaciones han hecho eco de la famosa oración de San Agustín, “Nos
has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”.
2. Aunque no lo podamos sentir, Dios está sin duda en
todas partes en todo momento. No hay un lugar donde Dios no esté presente.
(Salmo 139). No solo “en Él vivimos, nos movemos y existimos“, (Hechos 17:28),
sino que también Dios reside dentro de cada uno de nosotros, y en toda la
creación, más cerca que nuestro aliento, más cerca de nosotros que nosotros
mismos. La vida contemplativa entonces, quizás no sea un viaje en el cual uno
se va acercando a Dios, sino una realización gradual de la incomprensible unión
que siempre ha existido.
3. Esta divina presencia en nosotros y con nosotros
no es estática ni inactiva. Por el contrario, es un fluir en movimiento
continuo, dinámico que busca continuamente la bondad, la verdad, la belleza, la
paz y la justicia. Dios está dispuesto y deseando nuestra coparticipación en
este movimiento y permanece listo en todo momento para guiarnos y llevarnos por
el baile de la vida. Esta coparticipación es una invitación permanente. Jamás
hay momento u ocasión en la cual Dios nos deje actuar por nuestra cuenta.
4. El verdadero ser y los movimientos de Dios son
esencialmente incomprensibles para nuestras facultades humanas. Por ello, gran
parte de la vida contemplativa está rodeada de misterio. Aunque hacemos
naturalmente todo intento por estar abiertos y listos para responder a la guía
de Dios por lo general no comprendemos completamente hacia dónde nos guía Dios
o hacia qué acción en cualquier momento en particular. Ante esta incertidumbre,
humildemente honramos el Misterio Divino y rogamos para que nuestras acciones
estén en total armonía con el deseo de Dios. La confianza que implica la vida contemplativa
es sin duda radical.
De muchas formas, elegir vivir de forma contemplativa
es un proyecto con cierto riesgo, por
una parte, nuestra cultura nos adoctrina a actuar como si estuviéramos solos.
“El Señor ayuda a aquellos que se ayudan”, nos dicen. Nos enseñan a identificar
nuestras metas y saber cómo lograrlas. Se espera que expliquemos porqué hicimos
lo que hemos hecho y que justifiquemos lo que planeamos hacer. Ninguna de estas
actitudes son compatibles con la vida contemplativa. En vez de ello, no
queremos “ayudarnos” cuando Dios está listo y dispuesto a darnos toda la ayuda
que necesitemos en cualquier momento. Con frecuencia ni siquiera tenemos metas
ni estrategias de las cuales tengamos conocimiento, y no existe una manera
lógica de justificar o racionalizar nuestras acciones, ante nosotros mismos o
ante cualquier otra persona.
Esto hace que la vida contemplativa sea un gran
desafío en el mundo práctico. Va en contra de los valores culturales existentes
y nuestros propios hábitos de autodeterminación y autonomía. Los intentos por
hablar sobre el tema o explicarlo pueden sonar pasivos de manera inaceptable,
incluso irresponsables: “Pongo esto en manos de Dios” o “Voy a orar por esto y
ver qué sucede”. Y cuando alguna acción sí sucede, ni siquiera podemos decir,
“Estoy haciendo esto porqué discerní que esto es lo que Dios quiere”. Aunque
puede haber momentos de mucha claridad, con más frecuencia simplemente no
sabemos con seguridad si estamos siguiendo el deseo de Dios; solo podemos
esperar y orar que así sea.
Al situarse tan alejada de las normas culturales, la
vida contemplativa necesita todo el apoyo que pueda recibir. Las prácticas y
disciplinas espirituales, como son la oración y la meditación frecuentes, nos
sostienen recordándonos quiénes somos en esencia y qué deseamos en realidad.
Las diferentes formas de comunidad espiritual, que
van desde la dirección espiritual hasta los grupos permanentes de oración
contemplativa nos motivan y nos asisten en el discernimiento. El apoyo viene de
muchas otras formas también, tales como las lecturas espirituales, los retiros
y los momentos de soledad, la atención al cuerpo y a los movimientos, etc. La
mayoría de nosotros necesitamos la gracia de Dios para guiarnos.
El enfoque contemplativo cristiano siempre termina
con un énfasis principal en la iniciativa de Dios y la acción en la vida. Al
final no llegaremos a amar a Dios, a nuestro prójimo, a nuestra planeta o a
nosotros mismos mediante lo que aprendemos a hacer o lograr por nuestra cuenta.
Por el contrario, debemos recibir la verdad que nos hará libres, ser guiados en
las buenas acciones que realmente sirven a nuestro prójimo y al mundo, y
recibir una apreciación de la belleza que está dentro y alrededor nuestro. Solo
en la medida que esto ocurra, solo en la medida que estemos facultados para
permitir que Dios nos guíe en la danza divina, podremos participar más plenamente
en la presencia amorosa de Dios en nuestro mundo y para nuestro mundo. Esta es
la esperanza permanente de la vida contemplativa.
FUENTE: Carole Crumley Bill Dietrich Ann Kline Gerlad
May Marzo de 2004 ¿Qué es la espiritualidad contemplativa? NOTAS: 1 Wordsworth,
William, Líneas: Compuestas unas pocas líneas más allá de Tintern Abbey, 1798 2
Las fuentes hindúes originales están perdidas en la historia, pero sí sabemos
que en la época de Cristo, el gran filósofo hindú Patanjali había recopilado
sutras que organizaron estas rutas de forma coherente. Los sistemas hindúes
también con frecuencia incluyen una cuarta ruta, el yoga Raja, el cual se
enfoca principalmente en la meditación y otras prácticas espirituales. En la
filosofía cristiana, las rutas similares se pueden identificar en Anselmo,
Aquino y anteriormente en Agustín. 3 Bernardo de Claraval (1090 a 1153). Tratado sobre
el amor de Dios o sobre el amar a Dios. Cap. 8 al 10. 4 Teresa de Ávila, Vida,
Capítulo 13. 5 Hermano Lorenzo de la Resurrección. La
práctica de la presencia de Dios. Máximas espirituales, Capítulo 6, párrafo 31.
6 Agustín, San. Confesiones, Libro 3, Capítulo 6 7 Juan de la Cruz, Subida del Monte
Carmelo, Libro 2. Capítulo 5: “…es de saber que Dios, en cualquier alma, aunque
sea la del mayor pecador del mundo, mora y existe sustancialmente”. 8 Salmos
139:9-10: “Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más remoto del mar, aun
allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”.
NVA