jueves, 29 de enero de 2015

AYUDAS PARA LA AUTOESTIMA

No es fácil hablar de la autoestima en esta sociedad ya que tiene muy mala publicidad al ser identificada simplistamente con el egoísmo. Los intérpretes de la época definen este tiempo como postmodernismo y hablan de que la persona y la cultura posmoderna, tiende al individualismo, a centrarse en la experiencia sensible, a no creer en los proyectos históricos a mediano y largo plazo, etc. Se identifica mucho la autoestima con estos aspectos negativos del postmodernismo.

En el nivel educativo, muchos educadores (profesores, pedagogos, padres de familia) queriendo formar hombres y mujeres al servicio de los demás, enfatizan más el valor de la entrega y del cuidado a los demás. Y por el contrario, se sospecha del que se cuide a sí mismo.
En el ámbito religioso también encontramos dificultades para hablar y trabajar la autoestima. Se escoge del evangelio, y de manera parcial, el aspecto de la renuncia, de la abnegación, del sacrificio, de la humildad mal entendida, etc., y se concluye que tu vida la debes vivir en función de los demás sin pensar en ti. De manera indirecta se te quiere dar a entender que lo que hagas por ti es egoísmo y por lo tanto es pecado. Es muy raro el sacerdote que invita a sus fieles a amarse a sí mismos.



Iniciar el trabajo de la autoestima


Scott Peck (1994) empieza su libro La nueva psicología del amor con un realismo que ayuda mucho. Dice:

“La vida es difícil. Cuando realmente nos damos cuenta de que la vida es difícil –una vez que le hemos comprendido y aceptado verdaderamente así- la vida ya no resulta difícil. Porque una vez que se aceptó aquella verdad, el hecho de que la vida sea difícil ya no importa”. (p. 15).

Por eso yo también quiero advertir que la autoestima no es algo fácil a lo que se llega por la espontaneidad sino que es una tarea constante como veremos más adelante. Es difícil pero no imposible. Con este artículo quiero ayudar a lograrlo.

Nathaniel Branden (1995) es uno de los pioneros en USA de la autoestima, y ha escrito varios libros sobre ella.
Dice que la antesala de la autoestima es el sentido innato de nuestra valía personal. La autoestima es:

1. La confianza en nuestra capacidad de pensar y de enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida y;
2. La confianza en nuestro derecho a ser felices, al sentimiento de ser respetables, dignos y el derecho a afirmar nuestras necesidades y carencias, a alcanzar nuestros principios morales y a gozar del fruto de nuestros esfuerzos (p. 21-22).

La confianza en nuestra capacidad de pensar la entiendo como el reconocer que tenemos una riqueza en nuestro propio modo de pensar (no creer que lo que pensamos automáticamente está mal), y que esto no significa cerrarse al pensamiento de los demás. Esto lo explico porque desde pequeños se nos extrae esta confianza y se pide que se confíe más en el pensamiento de los de fuera.
La confianza en nuestro derecho a ser felices la entiendo que no por sentirnos bien, por experimentar el placer de la vida, nos vendrá un “cobro” de la vida, o de Dios. Que la persona está hecha para la felicidad y esta no es un fin en la vida sino el fruto de la manera como vivimos.

La persona tiene derecho a afirmar sus necesidades y también sus límites y carencias, porque la persona tiene ambas dimensiones. Es muy importante el expresar a los demás cuando carecemos de afecto, de amistad, de respuestas, cuando no podemos realizar alguna conducta, etc.

La autoestima implica también responsabilidad pues significa lograr los principios morales que tiene la persona. No es el libertinaje ni la comodidad. Eso no es autoestima se llama cinismo.

Desaprender

Una tarea muy importante con relación a la autoestima es el realizar ciertos desaprendizajes. García-Monge (1998) presenta un aporte muy valioso para facilitar el crecimiento y la maduración de la persona: Aprender a desaprender. En la infancia recibimos una serie de mensajes, unos obsoletos, otros verdaderos y por ello tenemos que desaprender aquellos que nos estorban o impiden el crecimiento.

Dice: “Desaprender algo que hemos internalizado es muy difícil. Deshacerse de introyectos (información, interpretaciones o valoraciones que hemos ingerido sin crítica discernidora) que cuando están pegados fuertemente a nuestra piel nos deja en carne viva. Esto duele pero sana. Desaprender la sumisión sustituye a la razón, a la lógica, es difícil. El poder (del adulto) nos suplanta y nos mantiene encadenados a su verdad, que no es más que la de la fuerza”.

Por ejemplo, la mayoría de los niños varones fuimos enseñados a reprimir el llanto porque no es de hombres llorar. Necesitamos desaprender este mensaje si queremos ser personas auténticas y completas.

Más referido a la autoestima, quiero rescatar el aporte de Casarjian (1994, p. 186-189) sobre el perdón. Ella dice que “Las personas que más influyeron en nuestro desarrollo emocional e intelectual... debido a su temor e ignorancia quizá nos transmitieron mensajes fundamentalmente falsos y neuróticos sobre quiénes somos, de qué somos capaces y qué merecemos”.

Menciono ahora varios aprendizajes que tenemos que desaprender:

·  El haber aprendido a desconfiar de nosotros mismos, de nuestras capacidades, y desconocer la riqueza que tenemos por el mero hecho de ser personas.
·  El haber aprendido a identificar nuestra valoración personal con nuestra conducta El ejemplo clásico es que si el niño golpea a su hermanito se le dice “niño malo”. Conducta mala = persona mala.
·  El haber aprendido a poner nuestra valoración personal fuera de nosotros mismos. Es decir, depender de la opinión de los demás, sentirnos valiosos solamente con la aprobación de la sociedad.
·  El haber aprendido que somos amados en la medida en que damos gusto a los demás (víctimas del amor condicionado). Acoplarnos a los ideales paternos para ser amados.
·  El haber aprendido que tenemos el pecado original y que de dentro de nosotros salen casi siempre cosas malas
·  El haber aprendido que debemos amar a Dios y al prójimo descuidándonos tremendamente a nosotros por miedo al egoísmo.
·  El haber aprendido a reprimir sentimientos y a creer equivocadamente que existen sentimientos malos y buenos.

Creo que estos aprendizajes están muy extendidos en las familias y en la sociedad, y sin embargo, cada uno está invitado a revisar sus propios aprendizajes destructivos, para desaprenderlos y cambiarlos, de forma que pueda valorarse y desarrollar todas sus potencialidades.

La ayuda de la espiritualidad
Desde el punto de vista de la fe y la vida espiritual se puede hacer mucho para favorecer la autoestima.
Si nos quedamos con la realidad parcial del pecado original se nos dificultará mucho creer positivamente en nosotros y en los demás. Estaremos viendo el pecado por donde quiera a nuestra alrededor (“el valle de lágrimas”). Si, por el contrario, sólo enfatizamos los aspectos de la gracia podemos caer en la ingenuidad de creernos semi-ángeles (“el paraíso terrenal”). El teólogo Matthew Fox tiene un libro muy interesante titulado The original blessing (la bendición original) e invita a tener una teología de cara a la vida. Tenemos que unir Bendición original con pecado original.

De esta manera podremos vivir la vida con una orientación hacia el desarrollo de nuestras capacidades, sabiendo que vamos hacia la plenitud y reconociendo que no se logra de la noche a la mañana, sin atravesar por las limitaciones de ser criaturas.

En esta misma línea ayuda recuperar la visión de Grant, Thompson y Clark (1983). “En Gen 1, 26 Dios dijo: hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza. Dicen que en concordancia con los Padres de la Iglesia, “imagen” serían las potencialidades que le hombre puede llegar a ser, y “semejanza” sería la actualización o realización de ese potencial. En este sentido, el desarrollo humano es el trayecto de pasar de ser imagen de Dios a hacernos semejantes a Dios” (p.2). Tener esta perspectiva es realmente importante para nuestras vidas, pues tenderemos hacia la plenitud sin olvidarnos de nuestras limitaciones.

La fe nos dice que la fundamentación de nuestra autoestima, de nuestra valoración personal está en el amor incondicional de Dios hacia la humanidad, hacia cada uno de nosotros. Dios no se esperó a que fuéramos buenos y tuviéramos una conducta intachable para amarnos. Él sabe que precisamente lo que posibilita una vida de amor es la experiencia previa, fundante, de sentirse amado sin condiciones.

En los Evangelios, esta experiencia la confirman los pecadores que se encontraron con Jesús: desde su situación de pecado sintieron el amor “inmerecido” de Dios, ese amor sin condiciones, y por ello también pudieron amar.

Esta realidad teológica tiene también aplicaciones en la pedagogía del amor humano, y en la pedagogía infantil. Branden (p. 206) dice:
“Nunca se consigue nada bueno atacando a la autoestima del niño. Esta es la primera regla de la crítica eficaz. No inspiramos una conducta mejor criticando la valía, inteligencia, moralidad, carácter, intenciones o la psicología del niño. Nunca se ha hecho bueno a nadie diciéndole que es malo. Los ataques a la autoestima tienden a aumentar la probabilidad de que se produzca de nuevo la conducta no deseada: como soy malo me comportaré mal,”

Si como niños o adultos se nos dice que somos malos, de lo peor, que nos tenemos que ganar el amor de los demás y de Dios, no seremos libres, y nos costará mucho trabajo lograrlo. Si se nos confirma el amor incondicional de nuestros padres y de Dios, estaremos más cercanos del amor que del temor, de amar de esa manera a los demás y de realizar todas nuestras potencialidades.

Dios nos ama a cada uno de nosotros de forma integral, acogiendo no sólo nuestros aspectos claros, luminosos, verdaderos, generosos, etc. Como dice Piet Van Bremen (1992, p. 15)

“Dios me acepta como soy, como yo soy, y no como debería ser”.

El trabajo de la autoestima también atraviesa por la aceptación de mí mismo de manera íntegra y no sólo lo que me gusta y valoro. Es más fácil querer lo “querible”, lo agradable, pero no es amor pleno hasta que se ama lo que no se quiere tanto, lo desagradable de uno mismo. Este es otro desaprendizaje importante porque muchos fuimos enseñados a querernos condicionada y parcialmente: solo lo bueno. Hay una relación estrecha entre la autoestima y la autoaceptación: aquella me ayuda a aceptarme como soy, y autoaceptarme aumenta mi autoestima.


Bibliografia.
1.           Branden, N El respeto a uno mismo. México: Piados.
2.           Corkille Briggs, D. El niño feliz. Barcelona: Fedisa. Cómo lograr una vida feliz. Barcelona:
3.           Zweig, C & Abrams, J (Eds,), (1992). Encuentro con la sombra. Barcelona: Kairós.
Branden, N. (1995). Los seis pilares de la autoestima. México: Piados.
Bremen, P. (1992). Como pan que se parte. Santander: Sal Térrea.
Casarjian, R. (1994). Perdonar: Una decisión valiente que nos traerá la paz interior. Barcelona: Urano.
Fox, M. (1983) The original Blessing: A primer in creation spirituality. Santa Fem N. M.: Bear and Co.
García Monge, J.A. (1998) Aprender a desaprender. En Alemany, C. (Ed,), Catorce aprendizajes vitales. (Bilbao: Desclée De Brower.
Grant, H. & Thompson, M & Clark, T. (1983). From Image to Likeness: A Jungian path in the Gospel journey. New York: Paulist Press.
Peck, S. (1994). La nueva psicología del amor. Buenos aires: Emecé.

Autor: Luis Valdez Castellanos, s.j. Jesuita, Licenciatura en Teología, Maestría en Desarrollo Humano. Actualmente es director del Centro Ignaciano de Espiritualidad.
CENTRO IGNACIANO DE ESPIRITUALIDAD


NVA


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