lunes, 15 de diciembre de 2014

EL RÍO DE LAS EMOCIONES

Si las pasiones son los grandes movimientos de la mente, las emociones son sus actores. Durante toda nuestra vida, atravesando nuestra mente como un rio tumultuoso, determinan innumerables estados de felicidad y de desgracia.

¿Es deseable apaciguar ese rio? ¿Es siquiera posible? ¿Cómo conseguirlo? Unas emociones se nos abren como una flor, otras nos marchitan. Recordemos que “eudemonia”, una de las palabras griegas que traducimos por felicidad, tiene el significado de floración, pleno desarrollo, realización y gracia.

Las llamas ardientes de la cólera han apergaminado el flujo de mí ser: La densa oscuridad de la ilusión ha cegado mi inteligencia. Mi conciencia se ahoga en los torrentes del deseo. La montaña del orgullo me ha precipitado a los mundos inferiores. La lacerante ventisca de los celos me ha arrastrado al samsara. El demonio de la creencia en el ego me ha amarrado con fuerza.

                  Dilgo   Khyentse  Rimponche


El amor dirigido hacia el bienestar de los demás y la compasión totalmente causada por sus sufrimientos, tanto en el pensamiento como en los actos, constituyen ejemplos de emociones que favorecen el pleno desarrollo y la expansión de la felicidad. El ansia de un deseo obsesivo, la ira, la avidez que se aferra al objeto de su apego y el odio son ejemplos de emociones aflictivas.

Toda actividad mental -incluido el pensamiento racional- se halla asociada a una sensación que indica placer, dolor o indiferencia. Asimismo, la mayoria de los estados afectivos, como el amor y el odio, van acompañados de pensamientos. Según las ciencias cognitivas, no hay unos centros emocionales propiamente dichos en el cerebro.' Los circuitos neuronales que controlan las emociones están íntimamente unidos a los de  la cognición. Estos procesos no se pueden separar: las emociones aparecen en un contexto de acciones y de pensamientos, casi nunca en una forma aislada de los demás aspectos de nuestra experiencia. Observemos que esto va en contra de la teoría freudiana, según la cual pueden surgir poderosas emociones de cólera o de celos, por ejemplo, sin un contenido cognitivo y conceptual particular.

El impacto de las  emociones
La palabra nemoción», derivada del verbo latino emovere, abarca todo sentimiento que hace que la mente se mueva, ya sea hacia un pensamiento nocivo, hacia uno neutro o hacia uno positivo. La emoción califica lo que condiciona a la mente y le hace adoptar determinada perspectiva, o visión de las cosas.  La manera más sencilla de establecer distinciones entre nuestras emociones consiste en examinar su motivación (la actitud mental y el objetivo fijado) y sus resultados.  Si una emoción refuerza nuestra paz intenor y tiende al bien de los demás, es positiva, o constructiva; si destruye nuestra serenidad, altera profundamente nuestra mente y perjudica a los demás, es negativa, o perturbadora. En cuanto a las consecuencias, el único criterio es el bien o el sufrimiento que engendramos con nuestros actos, nuestras palabras y nuestros pensamientos, para nosotros mismos y para los demás.

Las emociones perturbadoras
El deseo, el odio y las demás pasiones son enemigos sin manos y sin pies; no son ni valientes ni inteligentes. ¿Cómo he podido convertirme en su esclavo? Emboscadas en mi corazón, me golpean a su antojo y yo ni siquiera me irrito. ¡Basta de absurda paciencia!

Shantideva


Controlar la mente consiste entre otras cosas en no dejar que las emociones se expresen indiscriminadamente. ¿Pero cómo quitarles a las emociones conflictivas su poder alienante sin volverse insensible al mundo, sin empañar los tesoros de La existencia? Si nos limitamos a relegarlas al fondo del inconsciente, resurgirán con un poder acrecentado en cuanto se presente la ocasión y no pararán de reforzar las tendencias que alimentan los conflictos interiores. Lo ideal es, por el contrario, dejar que las emociones negativas se disuelvan sin dejar marcas en la mente. Los pensamientos y las emociones continuarán surgiendo pero ya no se acumularán y perderán el poder de convertirnos en sus esclavos.

La espiral destructiva de las emociones
¿No podríamos simplemente dejar que las emociones negativas se agotaran por sí solas? La experiencia demuestra que las emociones perturbadoras, al igual que una infección no tratada, adquieren fuerza cuando se les da Libre curso. Dejar que la cólera estalle, por ejemplo, tiende a crear un estado psicológico inestable que vuelve a la persona cada vez más irascible. Los estudios psicológicos tienden a llegar a  conclusiones opuestas a la idea preconcebida de que dando libre curso a las emociones hacemos que disminuya temporalmente la tensión acumulada.

En realidad, desde el punto de vista psicológico, lo que ocurre es todo lo contrario. Si evitamos dejar que la cólera se exprese abiertamente, la tensión arterial disminuye (y disminuye todavía más si adoptamos una actitud amistosa); en cambio, si la dejamos estallar, aumenta.' Dejando sistemáticamente que las emociones negativas se expresen, contraemos hábitos de los que volveremos a ser víctimas en cuanto su carga emocional haya alcanzado el umbral crítico. Por añadidura, dicho umbral descenderá cada vez más y montaremos en cólera cada vez con más facilidad. El resultado será lo que comúnmente llamamos un mal carácter, acompañado de un malestar crónico. Observamos asimismo que estudios del comportamiento han demostrado que las personas más aptas para dominar sus emociones (controlándolas sin reprimirlas) son también las que manifiestan con más frecuencia un comportamiento altruista  cuando se enfrentan al sufrimiento de los demás.' A la mayoría de las personas hiperemotivas les preocupa más su angustia ante la visión de los sufrimientos de los que son testigos que la forma en que podrían ponerles remedio.
De lo expuesto no debe deducirse que haya que reprimir las emociones. Eso seria impedir que se expresaran dejándolas intactas, lo que no puede sino ser una solución temporal y malsana. Los psicólogos afirman que una emoción reprimida puede provocar graves trastornos mentales y físicos, y que hay que evitar a toda costa que las emociones se vuelvan contra nosotros mismos. No obstante, la expresión incontrolada y desmedida de las emociones puede provocar también enfermedades.
La conclusión es que en ninguno de los dos casos se ha sabido entablar el diálogo adecuado con las emociones.

Liberarse de las emociones negativas
Cabría pensar que la ignorancia y las emociones negativas son inherentes a la corriente de la conciencia y que tratar de desembarazarse de ellas equivaldría a luchar contra una parte de uno mismo. Sin embargo, el aspecto más fundamental de la conciencia, la simple facultad de conocer, lo que hemos llamado la cualidad luminosa de la mente, no contiene de manera esencial ni odio ni deseo. La experiencia introspectiva muestra por el contrario, que las emociones negativas son sucesos mentales transitorios que deben ser destruidos por sus contrarios, es decir las emociones positivas, que actúan como antídotos.

Con este fin, hay que empezar por reconocer que las emociones aflictivas son perjudiciales para el bienestar. Esta valoración no se basa en una distinción dogmática entre el bien y el mal, sino en una observación atenta de las repercusiones que determinadas emociones tienen, a corto y a largo plazo, en uno mismo y en los demás. Sin embargo, el simple hecho de reconocer el efecto nefasto de las aflicciones mentales no basta para superarlas.

Es preciso también tras esta toma de conciencia, familiarizarse de forma gradual con cada antídoto, la bondad como antídoto del odio, por ejemplo- hasta que la ausencia de odio se convierta en una segunda naturaleza. El término tibetano Gom, que generalmente traducimos por meditación, significa más exactamente familiarización. Familiarizarnos con una nueva visión de las cosas, una nueva forma de gestionar los pensamientos, de percibir a los seres y el mundo de los fenómenos.

Las tres formas de familiarizarnos con estos nuevos cambios de percepción son: El antídoto propiamente dicho, La liberación y la Utilización.

El primero consiste en buscar un antídoto específico para cada emoción negativa.
El segundo permite desenmarañar o liberar la emoción descubriendo su verdadera naturaleza.
El tercer método utiliza la fuerza de cada emoción como un catalizador de transformación interior.

La elección de uno u otro método depende del momento, de las circunstancias y de las aptitudes de cada persona. Todos tienen en común un punto esencial y un mismo objetivo: ayudarnos a dejar de ser víctimas de las emociones conflictivas.

Tres métodos. Un solo objetivo.
Cada emoción negativa se puede neutralizar mediante un antídoto particular, liberar la emoción descubriendo su verdadera naturaleza y utilizar la emoción negativa, usando los contrarios para encontrar una forma positiva. Las contradicciones son sólo aparentes. Estos métodos no son sino medios diferentes de abordar el mismo problema y de obtener el mismo resultado: No ser víctima de las emociones perturbadoras y de los sufrimientos que habitualmente acarrean. En el mismo registro, podemos muy bien considerar varias maneras de no acabar envenenados por una planta venenosa. Podernos recurrir a los antídotos adecuados para cada veneno a fin de neutralizar sus efectos. También podemos identificar el origen de la vulnerabilidad a esos venenos, nuestro sistema inmunitario, y luego, en una sola operación, reforzar dicho sistema para adquirir una resistencia global a todos esos venenos. Podemos, finalmente, analizar los venenos, aislar las diversas sustancias que los componen y observar que algunas de ellas, empleadas en dosis apropiadas, poseen virtudes medicinales. Lo importante es que en todos los casos hemos alcanzado el mismo objetivo: dejar de ser esclavos de las emociones negativas y avanzar hacia la liberación del sufrimiento. Cada uno de estos métodos es como una llave: da igual que sea de hierro, de plata o de oro, con tal de que abra una puerta que conduzca a la libertad.
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En cualquier caso no hay que olvidar que en el origen de las emociones perturbadoras se encuentra el apego al yo. Para liberarse definitivamente del sufrimiento interior, no basta con liberarse de las emociones, sino que es preciso dejar de una vez de aferrarse al ego. ¿Es esto posible? Sí, porque, como hemos visto, el ego no existe sino como una ilusión, y una idea falsa puede ser disipada, aunque sólo mediante la sabiduría que reconoce la no existencia del ego.

Las emociones en el tiempo.
A veces, las emociones son tan fuertes que no dejan espacio alguno a la reflexión y es imposible gestionarlas en el momento en que se expresan. El psicólogo Paul Ekman habla de un periodo refractario durante el cual sólo registramos lo que justifica la cólera o cualquier otra emoción fuerte. Somos totalmente impermeables a todo lo que podría hacer comprender que el objeto de la cólera no es tan odioso como parece. Alain describe este proceso como sigue: “Así funciona la trampa de las pasiones. Un hombre que está muy enfadado se interpreta a sí mismo en una tragedia impresionante, vivamente iluminada, en la que se representan todos los errores de su enemigo, sus ardides, sus preparativos, sus engaños, sus planes para el futuro: todo es interpretado bajo el prisma de la cólera, lo cual aumenta la misma”.  En este caso, la única posibilidad es trabajar sobre las emociones después de que se hayan calmado. Una vez que las olas de las pasiones se han calmado es cuando descubrimos hasta qué punto estaba falseada nuestra visión de las cosas. Entonces nos sorprende constatar cómo nos han dominado e inducido a error las emociones. Creíamos que nuestra cólera estaba justificada, pero, para ser Legítima, debería haber resultado más beneficiosa que dañina, cosa que raramente ocurre. La cólera puede romper el statu quo de una situación inaceptable o hacer comprender al otro que actúa de un modo nefasto. Sin embargo, estos accesos de cólera, puramente inspirados por el altruismo, son infrecuentes. La mayoría de las veces la cólera habrá herido a alguien y nos habrá sumido en un estado de profunda insatisfacción.

Por lo tanto, no hay que subestimar jamás el poder de la mente: el de crear y cristalizar mundos de odio, de avidez, de celos, de euforia o de desesperación. Una vez adquirida cierta experiencia, podremos afrontar la emoción antes de que surja. La veremos venir de lejos y sabremos distinguir entre las emociones que provocan sufrimiento y las que contribuyen a la felicidad. Los métodos que acabamos de describir permiten estar mejor preparados para gestionar las emociones que poco a poco dejarán de dominarnos.
Para evitar los incendios forestales en época de sequía, el guardabosques hace cortafuegos, acumula reservas de agua y permanece vigilante. Sabe perfectamente que es más fácil apagar una chispa que una hoguera gigantesca.

En una tercera fase, un conocimiento y un control mayores de la mente permitirán tratar las emociones en el momento preciso en que surgen, mientras se expresan. De este modo, como ya hemos descrito, las emociones que nos afligen son liberadas a medida que surgen. Son incapaces de sembrar confusión en la mente y de traducirse en palabras y actos que causen sufrimiento. Este método exige perseverancia, ya que no estamos acostumbrados a tratar los pensamientos así. Contrariamente a lo que se podría pensar, el estado de libertad interior respecto a las emociones no produce ni apatía ni indiferencia. La vida no pierde color. Simplemente, en lugar de seguir siendo el juguete de nuestros pensamientos negativos, nuestros estados de ánimo y nuestro temperamento, nos hemos convertido en su dueño. No como un tirano que ejerciera sin tregua un control obsesivo sobre sus súbditos, sino como un ser humano libre y dueño de su destino. En este punto, los estados mentales conflictivos dejan paso a un amplio abanico de emociones positivas que interactúan con los demás seres según una aprehensión fluida de la realidad. La sabiduría y la compasión se convierten en las influencias predominantes que guían nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos.

Kfiyentsé Rimpoché resume así esta progresión hacia la libertad interior:

“Cuando un rayo de sol da en un trozo de cristal, brotan destellos irisados, brillantes pero insustanciales. Del mismo modo, los pensamientos, en su infinita variedad -devoción, compasión, maldad, deseo-, son inaprensibles inmateriales, impalpables. No hay uno solo que no esté vacío de existencia propia. Si sabéis reconocer la vacuidad de vuestros pensamientos justo en el momento en que surgen, se desvanecerán. El odio y el apego ya no podrán trastornar vuestra mente y las emociones perturbadoras cesarán por sí solas. Dejaréis de acumular actos nefastos y. en consecuencia, no causaréis más sufrimientos. Éste es el acto supremo de apaciguamiento”.




Fuente: En defensa de la Felicidad
Autor Matthieu Richard

Montaje: NVA

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