Si
las pasiones son los grandes movimientos de la mente, las emociones son sus
actores. Durante toda nuestra vida, atravesando nuestra mente como un rio
tumultuoso, determinan innumerables estados de felicidad y de desgracia.
¿Es
deseable apaciguar ese rio? ¿Es siquiera posible? ¿Cómo conseguirlo? Unas
emociones se nos abren como una flor, otras nos marchitan. Recordemos que “eudemonia”,
una de las palabras griegas que traducimos por felicidad, tiene el significado
de floración, pleno desarrollo, realización y gracia.
Las llamas ardientes de la cólera han
apergaminado el flujo de mí ser: La densa oscuridad de la ilusión ha cegado mi
inteligencia. Mi conciencia se ahoga en los torrentes del deseo. La montaña del
orgullo me ha precipitado a los mundos inferiores. La lacerante ventisca de los
celos me ha arrastrado al samsara. El demonio de la creencia en el ego me ha
amarrado con fuerza.
Dilgo Khyentse
Rimponche
El
amor dirigido hacia el bienestar de los demás y la compasión totalmente causada
por sus sufrimientos, tanto en el
pensamiento como en los actos, constituyen ejemplos de emociones que
favorecen el pleno desarrollo y la expansión de la felicidad. El ansia de un deseo
obsesivo, la ira, la avidez que se aferra al objeto de su apego y el odio son
ejemplos de emociones aflictivas.
Toda
actividad mental -incluido el pensamiento racional- se halla asociada a una
sensación que indica placer, dolor o indiferencia. Asimismo, la mayoria de los
estados afectivos, como el amor y el odio, van acompañados de pensamientos.
Según las ciencias cognitivas, no hay unos centros emocionales propiamente
dichos en el cerebro.' Los circuitos neuronales que controlan las emociones
están íntimamente unidos a los de la
cognición. Estos procesos no se pueden separar: las emociones aparecen en un
contexto de acciones y de pensamientos, casi nunca en una forma aislada de los
demás aspectos de nuestra experiencia. Observemos que esto va en contra de la
teoría freudiana, según la cual pueden surgir poderosas emociones de cólera o
de celos, por ejemplo, sin un contenido cognitivo y conceptual particular.
El impacto de las emociones
La
palabra nemoción», derivada del verbo latino emovere, abarca todo sentimiento
que hace que la mente se mueva, ya sea hacia un pensamiento nocivo, hacia uno
neutro o hacia uno positivo. La emoción califica lo que condiciona a la mente y
le hace adoptar determinada perspectiva, o visión de las cosas. La manera más sencilla de establecer
distinciones entre nuestras emociones consiste en examinar su motivación (la
actitud mental y el objetivo fijado) y sus resultados. Si una emoción refuerza nuestra paz intenor y
tiende al bien de los demás, es positiva, o constructiva; si destruye nuestra
serenidad, altera profundamente nuestra mente y perjudica a los demás, es
negativa, o perturbadora. En cuanto a las consecuencias, el único criterio es
el bien o el sufrimiento que engendramos con nuestros actos, nuestras palabras
y nuestros pensamientos, para nosotros mismos y para los demás.
Las emociones perturbadoras
El deseo, el odio y las demás pasiones
son enemigos sin manos y sin pies; no son ni valientes ni inteligentes. ¿Cómo
he podido convertirme en su esclavo? Emboscadas en mi corazón, me golpean a su
antojo y yo ni siquiera me irrito. ¡Basta de absurda paciencia!
Shantideva
Controlar
la mente consiste entre otras cosas en no dejar que las emociones se expresen
indiscriminadamente. ¿Pero cómo quitarles a las emociones conflictivas su poder
alienante sin volverse insensible al mundo, sin empañar los tesoros de La
existencia? Si nos limitamos a relegarlas al fondo del inconsciente, resurgirán
con un poder acrecentado en cuanto se presente la ocasión y no pararán de
reforzar las tendencias que alimentan los conflictos interiores. Lo ideal es,
por el contrario, dejar que las emociones negativas se disuelvan sin dejar
marcas en la mente. Los pensamientos y las emociones continuarán surgiendo pero
ya no se acumularán y perderán el poder de convertirnos en sus esclavos.
La espiral destructiva de las
emociones
¿No
podríamos simplemente dejar que las emociones negativas se agotaran por sí
solas? La experiencia demuestra que las emociones perturbadoras, al igual que
una infección no tratada, adquieren fuerza cuando se les da Libre curso. Dejar
que la cólera estalle, por ejemplo, tiende a crear un estado psicológico
inestable que vuelve a la persona cada vez más irascible. Los estudios psicológicos
tienden a llegar a conclusiones opuestas
a la idea preconcebida de que dando libre curso a las emociones hacemos que
disminuya temporalmente la tensión acumulada.
En
realidad, desde el punto de vista psicológico, lo que ocurre es todo lo
contrario. Si evitamos dejar que la cólera se exprese abiertamente, la tensión
arterial disminuye (y disminuye todavía más si adoptamos una actitud amistosa);
en cambio, si la dejamos estallar, aumenta.' Dejando sistemáticamente que las
emociones negativas se expresen, contraemos hábitos de los que volveremos a ser
víctimas en cuanto su carga emocional haya alcanzado el umbral crítico. Por añadidura,
dicho umbral descenderá cada vez más y montaremos en cólera cada vez con más
facilidad. El resultado será lo que comúnmente llamamos un mal carácter,
acompañado de un malestar crónico. Observamos asimismo que estudios del
comportamiento han demostrado que las personas más aptas para dominar sus
emociones (controlándolas sin reprimirlas) son también las que manifiestan con
más frecuencia un comportamiento altruista cuando se enfrentan al sufrimiento de los
demás.' A la mayoría de las personas hiperemotivas les preocupa más su angustia
ante la visión de los sufrimientos de los que son testigos que la forma en que podrían
ponerles remedio.
De
lo expuesto no debe deducirse que haya que reprimir las emociones. Eso seria
impedir que se expresaran dejándolas intactas, lo que no puede sino ser una solución
temporal y malsana. Los psicólogos afirman que una emoción reprimida puede
provocar graves trastornos mentales y físicos, y que hay que evitar a toda costa
que las emociones se vuelvan contra nosotros mismos. No obstante, la expresión
incontrolada y desmedida de las emociones puede provocar también enfermedades.
La conclusión
es que en ninguno de los dos casos se ha sabido entablar el diálogo adecuado
con las emociones.
Liberarse de las emociones negativas
Cabría
pensar que la ignorancia y las emociones negativas son inherentes a la corriente
de la conciencia y que tratar de desembarazarse de ellas equivaldría a luchar
contra una parte de uno mismo. Sin embargo, el aspecto más fundamental de la
conciencia, la simple facultad de conocer, lo que hemos llamado la cualidad
luminosa de la mente, no contiene de manera esencial ni odio ni deseo. La experiencia
introspectiva muestra por el contrario, que las emociones negativas son sucesos
mentales transitorios que deben ser
destruidos por sus contrarios, es decir las emociones positivas, que actúan
como antídotos.
Con
este fin, hay que empezar por reconocer que las emociones aflictivas son perjudiciales
para el bienestar. Esta valoración no se basa en una distinción dogmática entre
el bien y el mal, sino en una observación atenta de las repercusiones que determinadas
emociones tienen, a corto y a largo plazo, en uno mismo y en los demás. Sin
embargo, el simple hecho de reconocer el efecto nefasto de las aflicciones
mentales no basta para superarlas.
Es
preciso también tras esta toma de conciencia, familiarizarse de forma gradual
con cada antídoto, la bondad como antídoto del odio, por ejemplo- hasta que la
ausencia de odio se convierta en una segunda naturaleza. El término tibetano Gom,
que generalmente traducimos por meditación, significa más exactamente
familiarización. Familiarizarnos con una
nueva visión de las cosas, una nueva forma de gestionar los pensamientos, de
percibir a los seres y el mundo de los fenómenos.
Las
tres formas de familiarizarnos con estos nuevos cambios de percepción son: El antídoto
propiamente dicho, La liberación y la Utilización.
El
primero consiste en buscar un antídoto específico para cada emoción negativa.
El
segundo permite desenmarañar o liberar la emoción descubriendo su verdadera
naturaleza.
El
tercer método utiliza la fuerza de cada emoción como un catalizador de
transformación interior.
La
elección de uno u otro método depende del momento, de las circunstancias y de
las aptitudes de cada persona. Todos tienen en común un punto esencial y un mismo
objetivo: ayudarnos a dejar de ser víctimas de las emociones conflictivas.
Tres métodos. Un solo objetivo.
Cada
emoción negativa se puede neutralizar mediante un antídoto particular, liberar la
emoción descubriendo su verdadera naturaleza y utilizar la emoción negativa, usando
los contrarios para encontrar una forma positiva. Las contradicciones son sólo
aparentes. Estos métodos
no son sino medios diferentes de abordar el mismo problema y de obtener el
mismo resultado: No ser víctima de las
emociones perturbadoras y de los sufrimientos que habitualmente acarrean.
En el mismo registro, podemos muy bien considerar varias maneras de no acabar
envenenados por una planta venenosa. Podernos recurrir a los antídotos
adecuados para cada veneno a fin de neutralizar sus efectos. También podemos
identificar el origen de la vulnerabilidad a esos venenos, nuestro sistema
inmunitario, y luego, en una sola operación, reforzar dicho sistema para adquirir
una resistencia global a todos esos venenos. Podemos, finalmente, analizar los
venenos, aislar las diversas sustancias que los componen y observar que algunas
de ellas, empleadas en dosis apropiadas, poseen virtudes medicinales. Lo
importante es que en todos los casos hemos alcanzado el mismo objetivo: dejar
de ser esclavos de las emociones negativas y avanzar hacia la liberación del
sufrimiento. Cada uno de estos métodos es como una llave: da igual que sea de
hierro, de plata o de oro, con tal de que abra una puerta que conduzca a la
libertad.
,
En
cualquier caso no hay que olvidar que en el origen de las emociones
perturbadoras se encuentra el apego al yo. Para liberarse definitivamente del
sufrimiento interior, no basta con
liberarse de las emociones, sino que es preciso dejar de una vez de aferrarse
al ego. ¿Es esto posible? Sí, porque, como hemos visto, el ego no existe
sino como una ilusión, y una idea falsa puede ser disipada, aunque sólo
mediante la sabiduría que reconoce la no existencia del ego.
Las emociones en el tiempo.
A
veces, las emociones son tan fuertes que no dejan espacio alguno a la reflexión
y es imposible gestionarlas en el momento en que se expresan. El psicólogo Paul
Ekman habla de un periodo refractario durante el cual sólo registramos lo que
justifica la cólera o cualquier
otra emoción fuerte. Somos totalmente impermeables a todo lo que podría hacer
comprender que el objeto de la cólera no es tan odioso como parece. Alain
describe este proceso como sigue: “Así funciona la trampa de las pasiones. Un
hombre que está muy enfadado se interpreta a sí mismo en una tragedia
impresionante, vivamente iluminada, en la que se representan todos los errores
de su enemigo, sus ardides, sus preparativos, sus engaños, sus planes para el
futuro: todo es interpretado bajo el prisma de la cólera, lo cual aumenta la misma”.
En este caso, la única posibilidad es
trabajar sobre las emociones después de que se hayan calmado. Una vez que las
olas de las pasiones se han calmado es cuando descubrimos hasta qué punto
estaba falseada nuestra visión de las cosas. Entonces nos sorprende constatar
cómo nos han dominado e inducido a error las emociones. Creíamos que nuestra
cólera estaba justificada, pero, para ser Legítima, debería haber resultado más
beneficiosa que dañina, cosa que raramente ocurre. La cólera puede romper el statu
quo de una situación inaceptable o hacer comprender al otro que actúa de un
modo nefasto. Sin embargo, estos accesos de cólera, puramente inspirados por el
altruismo, son infrecuentes. La mayoría de las veces la cólera habrá herido a
alguien y nos habrá sumido en un estado de profunda insatisfacción.
Por lo tanto, no hay que subestimar jamás
el poder de la mente: el de crear y cristalizar mundos de odio, de avidez, de
celos, de euforia o de desesperación. Una
vez adquirida cierta experiencia, podremos afrontar la emoción antes de que
surja. La veremos venir de lejos y sabremos distinguir entre las emociones que
provocan sufrimiento y las que contribuyen a la felicidad. Los métodos que
acabamos de describir permiten estar mejor preparados para gestionar las emociones
que poco a poco dejarán de dominarnos.
Para
evitar los incendios forestales en época de sequía, el guardabosques hace cortafuegos,
acumula reservas de agua y permanece vigilante. Sabe perfectamente que es más
fácil apagar una chispa que una hoguera gigantesca.
En
una tercera fase, un conocimiento y un control mayores de la mente permitirán
tratar las emociones en el momento preciso en que surgen, mientras se expresan.
De este modo, como ya hemos descrito, las emociones que nos afligen son
liberadas a medida que surgen. Son incapaces de sembrar confusión en la mente y
de traducirse en palabras y actos que causen sufrimiento. Este método exige perseverancia, ya que no estamos acostumbrados a
tratar los pensamientos así. Contrariamente a lo que se podría pensar, el
estado de libertad interior respecto a las emociones no produce ni apatía ni
indiferencia. La vida no pierde color. Simplemente, en lugar de seguir siendo el
juguete de nuestros pensamientos negativos, nuestros estados de ánimo y nuestro
temperamento, nos hemos convertido en su dueño. No como un tirano que ejerciera
sin tregua un control obsesivo sobre sus súbditos, sino como un ser humano
libre y dueño de su destino. En este punto, los estados mentales conflictivos
dejan paso a un amplio abanico de emociones positivas que interactúan con los demás
seres según una aprehensión fluida de la realidad. La sabiduría y la compasión
se convierten en las influencias predominantes que guían nuestros pensamientos,
nuestras palabras y nuestros actos.
Kfiyentsé Rimpoché resume así esta
progresión hacia la libertad interior:
“Cuando un rayo de sol da en un trozo
de cristal, brotan destellos irisados, brillantes pero insustanciales. Del
mismo modo, los pensamientos, en su infinita variedad -devoción, compasión, maldad,
deseo-, son inaprensibles inmateriales, impalpables. No hay uno solo que no esté
vacío de existencia propia. Si sabéis reconocer la vacuidad de vuestros
pensamientos justo en el momento en que surgen, se desvanecerán. El odio y el apego
ya no podrán trastornar vuestra mente y las emociones perturbadoras cesarán por
sí solas. Dejaréis de acumular actos nefastos y. en consecuencia, no causaréis
más sufrimientos. Éste es el acto supremo de apaciguamiento”.
Fuente: En defensa de la Felicidad
Autor Matthieu Richard
Montaje: NVA
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