Se descubren muchas cosas curiosas,
interesantes y sorprendentes cuando se realiza un trabajo interior, cosas que
son sumamente efectivas cuando se entienden. Una de ellas es que la confusión y
multiplicidad de nuestras circunstancias en el mundo, de las cosas que nos
ocurren, de las situaciones que vivimos, no son otra cosa que la confusión y
contradicción que hay en nuestro propio interior.
Todo lo que hay en nuestro interior tiende
a materializarse en nuestro exterior. Y no se puede materializar de un modo
distinto a como esté dispuesto en nuestro interior. Porque nuestro interior y
nuestro exterior no son dos cosas distintas sino dos vertientes de la misma
cosa. La vertiente interior, o subjetiva, y la vertiente exterior, u objetiva,
son la cara y la cruz de la misma cosa.
Durante muchos años nos hemos habituado a que
nuestro interior sea simplemente el reflejo de nuestra situación exterior. Si
las circunstancias me han sido favorables, nos sentimos bien; si las
circunstancias no nos han sido propicias, nos sentimos mal. Esto ha creado en
nuestro interior, además de unos estados de confusión y duda constantes, una
semilla de contradicción; y nuestra vida tiende a perpetuar esta contradicción.
Pero llega un momento en que uno se da
cuenta de que no puede pasarse todo el tiempo echando la culpa a las
circunstancias, o confiando en las circunstancias. Llega un momento
en que uno descubre que, de hecho, el problema que uno vive, la insatisfacción,
las dificultades, lo vive por culpa de algo que hay dentro, por un modo de ser
de uno, pues otras personas en similares circunstancias, y quizás en peores,
consiguen vivirlo de un modo distinto y mejor.
Mientras nos pasemos la vida atribuyendo
la culpa de nuestros problemas a las demás personas, o a las cosas exteriores,
no hay para nosotros la menor esperanza; es decir, sólo queda la esperanza de
que un día descubramos que las cosas no son así. El echar la culpa al exterior
puede ser una gran satisfacción para el ego: uno queda libre de
responsabilidad, uno es la víctima, el héroe, etc. Pero esto no arregla, ni ha
arreglado nunca, nada. Cuando uno se da cuenta de que el problema es debido a
un modo de ser que ha quedado en uno y que tiende a perpetuarse, entonces es
cuando se hace posible que uno, cambiando este modo interno de sentir,
cambiando su actitud interior, pueda cambiar estas circunstancias exteriores.
En nuestra pequeña y limitada mente,
nosotros hacemos distinciones muy claras entre lo que es el dinero, la familia,
la vida íntima, nuestras creencias e ideales, etc. En realidad, todo está
unido, todo son campos universales de energía, todo es un torbellino dentro de
este océano de conciencia, y, según sea ese foco de conciencia en ese mar de
conciencia, así serán las cosas que se mueven a su alrededor.
La persona que interiormente tiene miedo,
tiene angustia, de un modo inevitable estará atrayendo situaciones de miedo,
situaciones angustiosas, y, mientras no cambie, se pasará la vida repitiendo
esas situaciones, sean cuales sean las circunstancias o el medio ambiente en
que se encuentre. La persona que, dentro de ese miedo, tiene resentimiento,
tiene hostilidad, por la razón que sea, estará provocando y atrayendo inevitablemente circunstancias agresivas contra ella, que tenderán a justificar una vez más su
hostilidad y su resentimiento, las cuales, a su vez, provocarán nuevas
situaciones de dificultad, de injusticia, de maldad, y de este modo se irá
reforzando su círculo. Y el círculo nunca se rompe en lo exterior, porque es la
persona, desde su foco de conciencia, quien lo está creando y manteniendo.
En la medida en que nosotros seamos
capaces de cambiar el contenido de nuestro foco, de nuestra conciencia
interior, en esta misma medida cambiará lo que nos rodea. Y esto ocurre de un
modo inevitable.
El mundo alrededor de uno girará de un
modo o de otro, según sea el mundo interior real. Si uno interiormente se obliga a vivir una conciencia de fuerza, de amor, de comprensión, no un poco
de amor o de comprensión o de fuerza, sino a vivir profundamente esto hasta la
raíz, si hacemos de esto nuestra consigna, si nos obligamos a instalarnos en
esto, veremos como, al cabo de muy poco tiempo, de muy pocas semanas, o días,
nuestras circunstancias exteriores cambian. La gente a nuestro alrededor
cambia; tal vez no lo haga ella, en sí, sino sólo en relación con uno. Y los
que no puedan cambiar en relación con uno mismo, cambiarán... de sitio; es
decir, dejaremos de estar en contacto con esas personas.
Es imposible que la persona viva en el
exterior algo distinto de lo que vive en el interior. Y, por esto, aprender a
tomar la dirección, aprender a afirmar la realidad por uno mismo, es aprender
a tomar una parte activa dentro de este juego exterior de la vida, de la
manifestación.
Claro que esto no tiene ninguna
importancia si lo que uno está buscando es la propia Realidad más allá de toda
forma, más allá de toda idea. Pero esto es algo que cada uno ha de decidir: es
decir, si realmente a uno le es del todo indiferente vivir de una
manera o de otra en su mundo, en su existencia. Si a uno realmente le da igual,
entonces no tiene por qué modificar nada y puede tratar de abrirse a ese Centro
último que está más allá de lo bueno, de lo malo, de lo agradable, de lo
desagradable.
Pero mientras la persona esté dando valor
a su modo de vivir, mientras la persona esté luchando por solucionar
dificultades, por mejorar circunstancias, entonces la persona no se ha de
engañar diciendo que busca otra cosa. Aquello que nos hace sufrir, o aquello
que nos hace reír, aquello es lo que tiene valor real para nosotros. No lo que
un sector de nuestra mente diga, sino lo que en nuestra vida diaria tenga peso.
Cuando la persona comienza a ser
consciente es natural que esta gran ley de que lo interior es la causa de lo
exterior se pueda aplicar a todos los estados de la vida interior; no sólo a
las circunstancias familiares, económicas, profesionales, etc., sino también a
los estados de vida interior. Si, por ejemplo, estamos haciendo oración -en el
supuesto de que siga la línea religiosa- pidiéndole a Dios una serie de
cambios en nuestra vida, o en la vida de los que nos rodean, pero en nuestro
interior hay miedo, lo que se perpetuará en el exterior será el miedo, porque
la ley de materialización es una ley que obedece a la profundidad y
continuidad del estado subjetivo, no a la intensidad emocional de la oración,
sino a la profundidad, a la sinceridad de lo que profundamente se siente, se
desea, se espera, se aspira. Por eso, el problema de la persona en la vida de
oración consiste en llegar a querer, a amar, a Dios de tal manera que se
elimine su miedo, su duda. Porque, mientras la persona esté haciendo oración
manteniendo subconscientemente el temor de que su demanda, como tantas otras
veces, no será contestada, ese temor que está detrás de lo que uno dice es lo
que da vigencia al fracaso.
http://www.proyectopv.org/
http://www.proyectopv.org/1-verdad/101marcosvidainterior.htm
NVA
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