A. La verdad como
correspondencia
A pesar de ser la forma de entender la verdad más cercana a
nuestra actitud cotidiana, la teoría de la verdad como correspondencia es una de las más difíciles de
explicar. Habitualmente consideramos que alguien dice la verdad cuando describe
de manera adecuada la realidad o, para ser más precisos, un estado de cosas.
Por el contrario, consideramos falsa una proposición cuando lo que la misma
describe no coincide con lo que las cosas “son” o con la manera en que
ocurrieron los hechos.
Esta primera aproximación pone de manifiesto, primero, que el término “correspondencia” implica que en esta teoría existen dos extremos que se relacionan. Estos son las proposiciones o las afirmaciones, por un lado, y los “hechos”, por el otro. En segundo lugar, también se observa que la exigencia para que la proposición sea verdadera es que la relación sea de su “adecuación” a los hechos, que lo que se diga concuerde con el caso.
Esta forma de comprender la verdad tiene una larga historia, que remite a Aristoteles, quien sostiene en la Metafísica que: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso; mientras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero.”
B. Verdad es lo que
funciona
La segunda teoría es la pragmática. “Pragmático” viene de pragmatikos,
en griego, relacionado con la acción. La teoría pragmatica privilegia la acción
(praxis) como proceso de
conocimiento y también como criterio de verdad. Existe algo de la concepción de
la verdad como correspondencia que se mantiene en la teoría pragmatista de la
verdad. William James sostiene que está de acuerdo con los correspondentistas
(a los que llama “racionalistas”) con respecto a que la verdad consiste en la
“adecuación” de las ideas con la realidad; pero no coincide con ellos en qué se
entiende por “adecuación”, ni por “realidad”. Si para definir la adecuación
debemos suponer que la realidad es estática y que, en consecuencia, las
creencias o proposiciones verdaderas se establecen de una vez y para siempre,
entonces el pragmatismo estará en desacuerdo porque considera que tanto los
“hechos” como las verdades sobre ellos están en constante transformación
mediante nuestra experiencia. Dicho en otras palabras, para el pragmatismo no
existen hechos del mundo “fijos”, que puedan ser reflejados por nuestras
afirmaciones, sino que lo que para nosotros (y para la ciencia) es el mundo, es
producto de nuestras experiencias, y nuestras creencias se
hacen verdaderas a partir de nuestra interacción con el mundo. En
este sentido, una creencia verdadera no es más que una creencia nacida de
nuestra experiencia y beneficiosa para ellas; y perseguir la verdad no responde
solamente a una curiosidad teórica sino al objetivo de obtener instrumentos
útiles para conducirnos en el mundo.
Para los pragmatistas, la verdad es una creencia que, por sobre todo, es útil, está orientada a facilitar nuestro accionar en el mundo y no a obtener su descripción. De ahí que, si alguno de nosotros sostuviera que puede salir de la habitación atravesando una pared, por ejemplo, su afirmación no sería verdadera porque, de ponerla en práctica, fracasaría en su intento de pasar al ambiente contiguo […]. En cambio, si la creencia fuera que solo a través de un espacio abierto en la pared es posible pasar de un ambiente al otro, entonces sería verdadera porque nos permitiría alcanzar con éxito nuestro fin pragmático. De ahí que muchas veces se suela sintetizar la posición pragmatista diciendo que, para ella, una proposición es verdadera, si “funciona”. Creencia, experiencia y verdad son procesos nunca cerrados, que se corrigen los unos a los otros. En este sentido dice James: “[Las] creencias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u originan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Asi, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenrolla, es el producto de una doble influencia. Las verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumentan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad (…) y así indefinidamente.” […]
Para los pragmatistas, la verdad es una creencia que, por sobre todo, es útil, está orientada a facilitar nuestro accionar en el mundo y no a obtener su descripción. De ahí que, si alguno de nosotros sostuviera que puede salir de la habitación atravesando una pared, por ejemplo, su afirmación no sería verdadera porque, de ponerla en práctica, fracasaría en su intento de pasar al ambiente contiguo […]. En cambio, si la creencia fuera que solo a través de un espacio abierto en la pared es posible pasar de un ambiente al otro, entonces sería verdadera porque nos permitiría alcanzar con éxito nuestro fin pragmático. De ahí que muchas veces se suela sintetizar la posición pragmatista diciendo que, para ella, una proposición es verdadera, si “funciona”. Creencia, experiencia y verdad son procesos nunca cerrados, que se corrigen los unos a los otros. En este sentido dice James: “[Las] creencias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u originan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Asi, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenrolla, es el producto de una doble influencia. Las verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumentan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad (…) y así indefinidamente.” […]
C. Es verdad si es
coherente
A diferencia de las dos teorías anteriores, en las cuales
el lenguaje de alguna manera se “comparaba” con la realidad en una relación de
adecuación, la teoría de la verdad con coherencia se mantiene en el interior del
lenguaje. Esto significa que la adecuación, en este caso, se establece entre
las proposiciones. Encontramos esta forma de establecer la verdad en las
novelas de detectives cuando el investigador […] pregunta: “¿Cómo es posible
que diga ahora usted que se manchó cuando se sirvió café de la máquina, si
usted afirmó que jamás toma café de la máquina de la oficina?”. Con esta
pregunta, lo que se está diciendo es que los enunciados “Mi traje se manchó de
café cuando me serví de la máquina de la oficina” y “Jamás tomo café de la
máquina de la oficina” son incoherentes entre sí, no pueden ser ambos
verdaderos (al mismo tiempo y en el mismo sentido). Por supuesto, solo con
saber que uno de los dos enunciados tiene que ser falso no es posible
establecer cuál de los dos lo es. Para eso, o bien será necesario ampliar el
conjunto de proposiciones relacionadas con estas dos, o bien habrá que recurrir
a la correspondencia (lo cual, en cierto sentido, indica un límite para la
aplicación del criterio de la coherencia).
D. La verdad está en
la interpretación. La teoría hermenéutica de la verdad.
La teoría hermenéutica toma su nombre del griego hermeneuo,
que significa traducir o interpretar. Según la teoría hermenéutica, la verdad
está en el lenguaje y existe también una cierta exigencia de “adecuación” con
lo que las cosas son. Pero esta adecuación no se define ni como representación
(como en la concepción de la verdad como correspondencia), ni como eficacia
(como en el pragmatismo). Tampoco el lenguaje es considerado instrumento o
medio transparente para establecer la verdad. Desde un punto de vista
hermenéutico, “adecuación” significa “desocultacion”, es decir, “comprensión” e
“interpretación”, lo cual se realiza mediante el lenguaje. Pero lo que se
desoculta no es “la cosa en sí misma”, sino lo que los relatos y las
descripciones de las cosas contienen de verdad. Esto implica que en verdad lo
que se puede conocer de las cosas está en el lenguaje; y esa verdad de las
cosas debe ser separada de lo no verdadero mediante la interpretación. Se
trata, realmente, de un trabajo difícil de concluir, porque, como observa Hans
G. Gadamer : “El lenguaje humano no expresa solo la verdad, sino [también] la
ficción, la mentira y el engaño.” El lenguaje, entonces, tanto desoculta como
oculta. En él está la verdad, lo que la cosa presenta sobre sí misma; pero la
verdad debe ser desentrañada en una especie de lucha interna del lenguaje que
también dice lo falso; tiene que ser comprendida e interpretada en el lenguaje y a
partir del lenguaje. Un
ejemplo del trabajo hermenéutico es el que realiza el psicoanálisis: los sueños
son relatos que contienen verdades sobre nuestro inconsciente y la terapia es
el trabajo que nos permite interpretarlos. […]
Si alguien dice que nunca se llega a una “verdad
verdadera”, habrá que darle la razón: para la hermenéutica, la verdad adopta
tantas caras como interpretaciones logran imponerse y el diálogo entre ellas es
infinito.
E. Verdad es lo que acordamos como verdadero
E. Verdad es lo que acordamos como verdadero
Existen otros recursos y criterios que suelen tenerse en
consideración para establecer la verdad, más allá de las teorías antes
expuestas. Uno de ellos es la autoridad: la verdad se establece de acuerdo con
lo que dicen las obras o los dichos de personas reconocidas, “autorizadas” […].
Actualmente, recurrir a este criterio suele considerarse dogmático e
insuficiente en ámbitos en los cuales se exigen pruebas y las ideas deben ser
encontradas y examinadas. Sin embargo, es un criterio muy usado entre nosotros,
ya que muchas veces, lo que preguntamos cuando nos comunican datos o normas es
“¿quién lo dijo?”.
Finalmente, está la verdad producida por el consenso, de
manera intersubjetiva: una afirmación es verdadera porque todos estamos de acuerdo
en que es verdadera. Tanto la correspondencia, como el pragmatismo y la
coherencia tienen un límite más allá del cual está el consenso: si sostenemos
por correspondencia que es verdadero que “La nieve es blanca”, debemos acordar
antes a qué llamamos “nieve” y a qué llamamos “blanco”, esto es, debemos
suponer un acuerdo con respecto a cómo usamos las palabras. Y también, debemos
acordar en qué condiciones aceptaremos el testimonio de los sentidos. Si
sostenemos como pragmatistas que es verdad que “El azúcar endulza”, nuevamente
debemos acordar a qué llamamos “endulzar” y qué grado de dulzor señalará el
éxito de nuestra creencia, por ejemplo. Finalmente, si sostenemos por
coherencia alguna proposición, deberemos acordar qué otras proposiciones
consideramos verdaderas. No obstante, hay que tomar el consenso con sentido
crítico, dado que, como es sabido, el acuerdo general no implica por sí solo la
verdad.
La intersubjetividad es aceptada como fuente de verdad
siempre que se base en argumentos racionales, evaluados entre todos los
involucrados según reglas de validez cuidadosamente determinadas y, en el caso
de las ciencias, contando con alguna evidencia empírica (si bien la aceptación
de la evidencia empírica presenta una dificultad sorprendente: ¡requiere del
consenso!)
Fuente: Raffin, Marcelo
(coord.), Filosofía, Tinta Fresca, Buenos Aires, 2006.
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