domingo, 22 de febrero de 2015

TEORÍAS DE LA VERDAD

A. La verdad como correspondencia
A pesar de ser la forma de entender la verdad más cercana a nuestra actitud cotidiana, la teoría de la verdad como correspondencia es una de las más difíciles de explicar. Habitualmente consideramos que alguien dice la verdad cuando describe de manera adecuada la realidad o, para ser más precisos, un estado de cosas. Por el contrario, consideramos falsa una proposición cuando lo que la misma describe no coincide con lo que las cosas “son” o con la manera en que ocurrieron los hechos.

Esta primera aproximación pone de manifiesto, primero, que el término “correspondencia” implica que en esta teoría existen dos extremos que se relacionan. Estos son las proposiciones o las afirmaciones, por un lado, y los “hechos”, por el otro. En segundo lugar, también se observa que la exigencia para que la proposición sea verdadera es que la relación sea de su “adecuación” a los hechos, que lo que se diga concuerde con el caso.
Esta forma de comprender la verdad tiene una larga historia, que remite a Aristoteles, quien sostiene en la Metafísica que: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso; mientras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero.”

B. Verdad es lo que funciona
La segunda teoría es la pragmática. “Pragmático” viene de pragmatikos, en griego, relacionado con la acción. La teoría pragmatica privilegia la acción (praxis) como proceso de conocimiento y también como criterio de verdad. Existe algo de la concepción de la verdad como correspondencia que se mantiene en la teoría pragmatista de la verdad. William James sostiene que está de acuerdo con los correspondentistas (a los que llama “racionalistas”) con respecto a que la verdad consiste en la “adecuación” de las ideas con la realidad; pero no coincide con ellos en qué se entiende por “adecuación”, ni por “realidad”. Si para definir la adecuación debemos suponer que la realidad es estática y que, en consecuencia, las creencias o proposiciones verdaderas se establecen de una vez y para siempre, entonces el pragmatismo estará en desacuerdo porque considera que tanto los “hechos” como las verdades sobre ellos están en constante transformación mediante nuestra experiencia. Dicho en otras palabras, para el pragmatismo no existen hechos del mundo “fijos”, que puedan ser reflejados por nuestras afirmaciones, sino que lo que para nosotros (y para la ciencia) es el mundo, es producto de nuestras experiencias, y nuestras creencias se hacen verdaderas a partir de nuestra interacción con el mundo. En este sentido, una creencia verdadera no es más que una creencia nacida de nuestra experiencia y beneficiosa para ellas; y perseguir la verdad no responde solamente a una curiosidad teórica sino al objetivo de obtener instrumentos útiles para conducirnos en el mundo.

Para los pragmatistas, la verdad es una creencia que, por sobre todo, es útil, está orientada a facilitar nuestro accionar en el mundo y no a obtener su descripción. De ahí que, si alguno de nosotros sostuviera que puede salir de la habitación atravesando una pared, por ejemplo, su afirmación no sería verdadera porque, de ponerla en práctica, fracasaría en su intento de pasar al ambiente contiguo […]. En cambio, si la creencia fuera que solo a través de un espacio abierto en la pared es posible pasar de un ambiente al otro, entonces sería verdadera porque nos permitiría alcanzar con éxito nuestro fin pragmático. De ahí que muchas veces se suela sintetizar la posición pragmatista diciendo que, para ella, una proposición es verdadera, si “funciona”. Creencia, experiencia y verdad son procesos nunca cerrados, que se corrigen los unos a los otros. En este sentido dice James: “[Las] creencias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u originan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Asi, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenrolla, es el producto de una doble influencia. Las verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumentan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad (…) y así indefinidamente.” […]

C. Es verdad si es coherente
A diferencia de las dos teorías anteriores, en las cuales el lenguaje de alguna manera se “comparaba” con la realidad en una relación de adecuación, la teoría de la verdad con coherencia se mantiene en el interior del lenguaje. Esto significa que la adecuación, en este caso, se establece entre las proposiciones. Encontramos esta forma de establecer la verdad en las novelas de detectives cuando el investigador […] pregunta: “¿Cómo es posible que diga ahora usted que se manchó cuando se sirvió café de la máquina, si usted afirmó que jamás toma café de la máquina de la oficina?”. Con esta pregunta, lo que se está diciendo es que los enunciados “Mi traje se manchó de café cuando me serví de la máquina de la oficina” y “Jamás tomo café de la máquina de la oficina” son incoherentes entre sí, no pueden ser ambos verdaderos (al mismo tiempo y en el mismo sentido). Por supuesto, solo con saber que uno de los dos enunciados tiene que ser falso no es posible establecer cuál de los dos lo es. Para eso, o bien será necesario ampliar el conjunto de proposiciones relacionadas con estas dos, o bien habrá que recurrir a la correspondencia (lo cual, en cierto sentido, indica un límite para la aplicación del criterio de la coherencia).

D. La verdad está en la interpretación. La teoría hermenéutica de la verdad.
La teoría hermenéutica toma su nombre del griego hermeneuo, que significa traducir o interpretar. Según la teoría hermenéutica, la verdad está en el lenguaje y existe también una cierta exigencia de “adecuación” con lo que las cosas son. Pero esta adecuación no se define ni como representación (como en la concepción de la verdad como correspondencia), ni como eficacia (como en el pragmatismo). Tampoco el lenguaje es considerado instrumento o medio transparente para establecer la verdad. Desde un punto de vista hermenéutico, “adecuación” significa “desocultacion”, es decir, “comprensión” e “interpretación”, lo cual se realiza mediante el lenguaje. Pero lo que se desoculta no es “la cosa en sí misma”, sino lo que los relatos y las descripciones de las cosas contienen de verdad. Esto implica que en verdad lo que se puede conocer de las cosas está en el lenguaje; y esa verdad de las cosas debe ser separada de lo no verdadero mediante la interpretación. Se trata, realmente, de un trabajo difícil de concluir, porque, como observa Hans G. Gadamer : “El lenguaje humano no expresa solo la verdad, sino [también] la ficción, la mentira y el engaño.” El lenguaje, entonces, tanto desoculta como oculta. En él está la verdad, lo que la cosa presenta sobre sí misma; pero la verdad debe ser desentrañada en una especie de lucha interna del lenguaje que también dice lo falso; tiene que ser comprendida e interpretada en el lenguaje y a partir del lenguaje. Un ejemplo del trabajo hermenéutico es el que realiza el psicoanálisis: los sueños son relatos que contienen verdades sobre nuestro inconsciente y la terapia es el trabajo que nos permite interpretarlos. […]

Si alguien dice que nunca se llega a una “verdad verdadera”, habrá que darle la razón: para la hermenéutica, la verdad adopta tantas caras como interpretaciones logran imponerse y el diálogo entre ellas es infinito.

E. Verdad es lo que acordamos como verdadero
Existen otros recursos y criterios que suelen tenerse en consideración para establecer la verdad, más allá de las teorías antes expuestas. Uno de ellos es la autoridad: la verdad se establece de acuerdo con lo que dicen las obras o los dichos de personas reconocidas, “autorizadas” […]. Actualmente, recurrir a este criterio suele considerarse dogmático e insuficiente en ámbitos en los cuales se exigen pruebas y las ideas deben ser encontradas y examinadas. Sin embargo, es un criterio muy usado entre nosotros, ya que muchas veces, lo que preguntamos cuando nos comunican datos o normas es “¿quién lo dijo?”.

Finalmente, está la verdad producida por el consenso, de manera intersubjetiva: una afirmación es verdadera porque todos estamos de acuerdo en que es verdadera. Tanto la correspondencia, como el pragmatismo y la coherencia tienen un límite más allá del cual está el consenso: si sostenemos por correspondencia que es verdadero que “La nieve es blanca”, debemos acordar antes a qué llamamos “nieve” y a qué llamamos “blanco”, esto es, debemos suponer un acuerdo con respecto a cómo usamos las palabras. Y también, debemos acordar en qué condiciones aceptaremos el testimonio de los sentidos. Si sostenemos como pragmatistas que es verdad que “El azúcar endulza”, nuevamente debemos acordar a qué llamamos “endulzar” y qué grado de dulzor señalará el éxito de nuestra creencia, por ejemplo. Finalmente, si sostenemos por coherencia alguna proposición, deberemos acordar qué otras proposiciones consideramos verdaderas. No obstante, hay que tomar el consenso con sentido crítico, dado que, como es sabido, el acuerdo general no implica por sí solo la verdad.

La intersubjetividad es aceptada como fuente de verdad siempre que se base en argumentos racionales, evaluados entre todos los involucrados según reglas de validez cuidadosamente determinadas y, en el caso de las ciencias, contando con alguna evidencia empírica (si bien la aceptación de la evidencia empírica presenta una dificultad sorprendente: ¡requiere del consenso!)

Fuente: Raffin, Marcelo (coord.), Filosofía, Tinta Fresca, Buenos Aires, 2006.


No hay comentarios:

Publicar un comentario