Los conceptos desde donde vamos a
interpretar estos mecanismos para llegar a entender los mismos y nos sirvan
para asentar una base de estos son:
• Refuerzo: mecanismo con que cuenta el
organismo para implantar conductas.
• Castigo: mecanismo con que cuenta el
organismo para extinguir conductas.
• Positivo: acción de administrar, dar
algo.
• Negativo: acción de retirar, quitar
algo.
• Agradable/desagradable: tiene un
carácter completamente subjetivo, es decir, lo que a uno le resulta agradable
para otro puede no serlo. Tendremos en cuenta que ha de serlo para el sujeto
sobre el que se está implantando o extinguiendo una conducta.
Recordemos que no siempre implantamos las
conductas más adecuadas o eficaces, y no siempre extinguimos las más dañinas o
ineficaces; a veces, sin darnos cuenta, estamos haciendo justamente lo
contrario. Cuando hablamos de positivo o negativo, no nos estamos refiriendo a
los términos bueno o malo, sino a dar o retirar alguna cosa, y especialmente a
conductas eficaces o ineficaces.
Estos elementos combinados nos dan pautas
de actuación y su implantación:
Una conducta se puede implantar de manera
consciente, es decir, cuando quiero que
alguien aprenda a hacer algo concreto; o de manera inconsciente: Las variantes
de cómo implementarían estas conductas se reflejarían de la siguiente manera:
• En otros para sí mismos (por ejemplo, a
nuestros hijos, alumnos, etcétera).
• De otros hacia mí mismo (cómo me
tratan, qué conductas permito que tenga el otro conmigo, etcétera).
• De mí mismo hacia otros (cómo trato a
los demás, qué me permito hacer con los demás, etcétera).
• De mí para mí mismo (cómo me trato, qué
me permito hacer, etcétera).
Nos hemos referido con anteriormente a
que el mecanismo con el que cuenta nuestro organismo para implantar conductas
es el REFUERZO.
Refuerzo positivo.
Siguiendo las definiciones anteriores, el
refuerzo nos sirve para implantar una conducta, administrando (positivo) algo
agradable para el sujeto.
Si lo hago de manera consciente: por
ejemplo, quiero que mi hijo aprenda a pedir lo que necesita en un tono
agradable. Primero le enseñaré cómo espero que lo haga. Para implantar esa
conducta, cuando el niño lo haga bien, le reforzaré positivamente; es decir, le
administraré algo agradable para el niño (no para mí). En estas edades, un
abrazo, un beso, una sonrisa, un elogio es suficiente.
A veces implantamos conductas inadecuadas
de manera inconsciente: tenemos el típico ejemplo de una madre con su hijo ante
una pastelería, el niño está por el suelo dando patadas, llorando a grito pelado,
la madre gritando e incluso soltando algún cachete, pero, finalmente, compra el
bollo «porque no hay quien te aguante. ¡A ver si te callas ya de una vez!».
Analizado objetivamente, la conducta que ha aprendido el niño es que puede
patalear, berrear, incluso insultar y pegar, pues al final consigue lo que le
resulta agradable: el bollo. Este es igualmente aplicable para el adulto que lo
consigue todo a base de mal humor, insultos y amenazas, pues finalmente se hace
lo que él quiere.
Como en ambos casos el sujeto ha obtenido
algo agradable para él, repetirá la conducta, y en la medida que siga
obteniendo ese refuerzo positivo, aumentará su frecuencia, la automatizará, la
aprenderá y, por lo tanto, ya quedará implantada en su repertorio de conductas,
dentro de las cosas que sabe hacer.
Cuando nuestro objetivo es la educación
de nuestros hijos, podemos utilizar refuerzos que varían según la edad del
niño: algún tipo de chucherías, dulces, juguetes pequeños, abrazos, caricias,
gestos cómplices, actividades físicas conjuntas... En la base de todo ello
están los dos elementos fundamentales que facilitan su aplicación: la atención
y el afecto.
Refuerzo negativo.
Ahora, de nuevo, vamos a implantar una
conducta (refuerzo) retirando algo desagradable para el sujeto.
Si lo hago de manera consciente: por
ejemplo, quiero que mi hijo adolescente coja el hábito de estudiar los domingos
por la mañana. Normalmente, suele pasar parte del tiempo cortando el césped,
recogiendo hojas de árboles, o haciendo alguna otra labor que se le haya
encomendado, y que la realiza aunque realmente no le entusiasma e incluso le
resulta fastidioso. Si veo que estudia por la mañana, una forma que tengo de
implantar esta conducta es retirándole esa tarea que le resulta desagradable
(puede ser también de manera transitoria). Le daremos tal alegría que,
probablemente se siente a estudiar si ésa es la alternativa a los trabajos de
jardinería. Si lo hace repetidamente, estaremos implantando esa conducta de
estudio, que es la que nos interesa de momento.
Cómo implanto conductas inadecuadas de
manera inconsciente: uno de los miembros de la pareja ha establecido turnos
para sacar la basura. Cuando le toca a uno de ellos, «se encuentra fatal, le
duele todo, está muy cansado». El otro, lógicamente, bajará la basura esa vez.
Objetivamente lo que está ocurriendo es que la conducta de queja le está
sirviendo al sujeto para dejar de hacer algo que le resulta desagradable. Si
esto se repite con cierta frecuencia, quedará implantada dicha conducta para evitar
hacer aquellas cosas que le resultan desagradables.
En ambos casos, las conductas han quedado
implantadas porque los sujetos han conseguido eliminar algo que no les gustaba.
Y se sienten muy bien aunque no lo parezca.
Utilizar los refuerzos suele resultar
también muy satisfactorio para la persona que los proporciona, pues saber decir
o hacer las cosas sin tener que estar chillando, insistiendo, castigando o
amenazando produce una sensación de autoeficacia que resulta muy agradable. Por
otro lado, si tenemos la oportunidad de aplicar refuerzos con cierta frecuencia
será indicativo de que las cosas marchan bien y de que estamos contribuyendo a
crear un entorno en armonía.
Refuerzo eficaz
Para que el refuerzo sea eficaz, se deben
cumplir una serie de condiciones:
• El momento: es importante que el
refuerzo llegue inmediatamente después de la conducta objeto de nuestro
interés, pues tendrá más efecto, especialmente en edades tempranas. A medida
que el niño se va haciendo adulto, aprenderá a saber esperar y a entender que
una conducta puede tener un efecto demorado, como, por ejemplo, la paga a final
de mes, o los kilos que se van perdiendo de forma gradual cuando se dejan de
comer ciertos alimentos, de forma habitual.
• La cantidad: se trata de un elemento
variable, pues habrá personas que necesiten más de un tipo de refuerzo que
otras. En cualquier caso es importante que vayan siempre acompañados de
manifestaciones verbales y muestras de afecto sincero, ya que gran cantidad de
refuerzo material que no vaya acompañado de afectividad carece prácticamente de
valor alguno.
• El modo: el refuerzo ha de
administrarse (o retirarse) con buen ánimo y carácter, incluso de forma alegre,
pues si se hace de mala gana o de manera impasible, en vez de vivirse como una
felicitación, será prácticamente poco menos que un castigo. Un error a evitar
en estas ocasiones es añadir ciertas «coletillas» al refuerzo, del tipo «muy
bien, quién diría que eras capaz...», o «estupendo, a ver si ya no...». Nos
fijaremos en la conducta que se haya realizado ahora, que es la que se quiere
implantar, en lugar de hacer referencia a las experiencias anteriores o los
juicios personales sobre el sujeto.
Cómo extinguimos o eliminamos
conductas
Al igual que ocurre con el refuerzo, una
conducta se extingue de forma consciente, es decir, cuando quiero que alguien
deje de hacer algo concreto; o inconsciente. Las variantes de cómo
implementarían estas conductas se reflejarían de la siguiente manera:
• De otros para sí mismos (por ejemplo,
el autodiálogo interno que mantienen muchas personas y las conductas
autolesivas).
• De otros hacia mí mismo (qué no quiero
que vuelva a ocurrir, o qué tipo de tratamiento no estoy dispuesto a permitir).
• De mí mismo hacia otros (tipo de
lenguaje, de acciones).
• De mí para mí mismo (cómo me trato,
cuál es el diálogo que mantengo conmigo mismo, etcétera).
Para este cometido, el mecanismo con el que cuenta nuestro organismo para extinguir conductas es el CASTIGO.
Castigo positivo.
Siguiendo las definiciones anteriores, el
castigo nos sirve para extinguir una conducta, administrando (positivo) algo
desagradable para el sujeto (vemos que aquí es lo contrario al refuerzo
positivo). Si lo hago de manera consciente: por ejemplo, los padres les dicen a
sus hijos que estén a una hora en casa, pero se retrasan dos horas más de lo
acordado. Cuando llegan, les espera «una gran bronca», que les cae como un
chaparrón de agua fría. Objetivamente analizado, el padre quiere extinguir la
conducta de llegar tarde a casa por parte de su hijo. Administra algo
desagradable (bronca), con la idea de que no se vuelva a repetir. El sujeto ha
obtenido algo desagradable para él, dejará de mantener la conducta en general,
o simplemente con nosotros.
Castigo negativo.
Vamos a extinguir una conducta
(castigo) retirando (negativo) algo
agradable para el sujeto.
Si lo hago de manera consciente: seguimos
con el ejemplo de llegar tarde a casa, pero esta vez el padre (o la madre)
castiga a sus hijos sin jugar al día siguiente a la videoconsola, o sin salir
con los amigos (algo agradable para el sujeto). Analizado objetivamente, el
padre está intentando extinguir dicha conducta retirando algo agradable para el
sujeto. La conducta ha quedado extinguida porque el sujeto ha recibido algo que
le resultaba desagradable. En consecuencia intentamos evitarlo, dejamos de
hacerlo.
El funcionamiento del CASTIGO, es
importante resaltar que, como veremos a continuación, no es la forma óptima de
extinguir conductas y solamente tiene efecto si se realiza de forma:
Esporádica: El castigo utilizado de forma sistemática pierde
toda su eficacia y, además, favorece la aparición del resentimiento, pues
estamos continuamente administrando experiencias desagradables (dolorosas) para
el sujeto.
Inmediata: El castigo debe administrarse de forma que el
sujeto entienda claramente cuál es la conducta que ha producido que reciba algo
desagradable o se le retire algo agradable. De esta forma, nos aseguraremos de
que es consciente de las consecuencias que tiene un cierto tipo de conducta
para que no la repita.
Proporcionada: Nos olvidaremos, como medida eficaz, de
los castigos ejemplarizantes y fuera de lugar.
Castigar a un niño sin ver la tele toda
la semana porque ese día no ha cenado el filete es absolutamente ineficaz. En
primer lugar, porque es injusto, no guarda proporción el acto de no tomarse un
filete con que se esté toda una semana sin ver la tele. En segundo lugar,
porque probablemente los propios padres sean incapaces de hacer cumplir dicho
castigo. Y, si no se cumple, la próxima vez habremos perdido credibilidad. Un
simple «vete a tu cuarto» será suficiente y mucho más eficaz.
La aplicación de castigos no resulta
agradable ni para quien los da ni para el que los recibe, pues no coinciden lo
deseable y lo posible para ninguna de las partes implicadas. A pesar del
malestar, en la práctica diaria a veces resulta inevitable, dependiendo de las
circunstancias en que se produzcan, como conductas en el niño que impliquen un
riesgo físico para él o para otros, o actitudes que van a suponer una
socialización prácticamente imposible por su agresividad o falta de
consideración. Cada persona y cada circunstancia tienen unos límites saludables
que, cuando se sobrepasan, producen consecuencias indeseables, y esto forma
parte de la formación y del aprendizaje de todo ser humano, niño o adulto.
Con la aplicación del castigo se pretende
que disminuyan o extingan determinados comportamientos incorrectos, pero son
ineficaces si el fin es difícil de alcanzar. Por ejemplo, si un hijo estudia, pero
no consigue aprobar, en lugar de castigarle, por ejemplo, no dejándole salir
con los amigos, intentar favorecer que entienda mejor los contenidos o
facilitar un ambiente de silencio y concentración será más eficaz.
Optimizar nuestra actuación
Ahora que ya conocemos cómo funcionan
estos mecanismos básicos, vamos a optimizar su uso; es decir, vamos a ver
cuáles son las mejores formas de implantar o de extinguir una conducta.
Forma optima.
La forma más eficaz de extinguir una
conducta consiste en IGNORAR dicho comportamiento cuando ocurre. La explicación
es muy sencilla: cuando realizamos una conducta, si no ocurre nada, no
obtenemos ningún beneficio después de realizarla y dejamos de hacerla. Es un
gasto inútil de energía y tiempo. Enseguida intentaremos hacer otra distinta
con la que sí obtengamos algún tipo de resultados.
Ignorar no es decir «paso de lo que me
estás diciendo», porque esto en sí ya es una respuesta. Ignorar consiste en que
una conducta dirigida, por ejemplo a nosotros, no obtenga respuesta alguna por
nuestra parte. Si el niño que coge la pataleta ve que con esa conducta no
consigue el bollo, intentará otra, o las que hagan falta, hasta obtener lo que
quiere. Se seguirá hablando al niño con normalidad, sin prestar atención a su
comportamiento y con la rutina que nos hayamos marcado. Si somos hábiles,
podremos aprender que se consiguen mejor las cosas con una sonrisa.
Tenemos una conducta que queremos que se
implante y, por lo tanto, que ha de ejecutarse un número elevado de veces. Ya
hemos visto que si cada vez que ocurre la conducta, el sujeto no obtiene ningún
tipo de refuerzo porque la estoy ignorando, ésta se extinguirá. Si, por el
contrario, cada vez que ocurre la conducta aplico algún tipo de refuerzo, éste
pierde su valor, pues se produce una habituación, el organismo se adapta, lo
que recibo deja de ser especialmente agradable, y pasa a ser algo más de lo que
me ocurre.
Por lo tanto, la forma óptima de
implantar una conducta se produciría con lo que llamamos REFUERZO DE INTERVALO
VARIABLE. Es decir, aplicar el refuerzo de vez en cuando y de forma
imprevisible para el sujeto, pues, si ya sabe que manteniendo una conducta va a
tener un refuerzo seguro, éste pierde valor, y además no me aseguro de que se
implante la conducta y puede que se esté realizando por un interés. Pero si el
sujeto no sabe cuándo va a recibir el estímulo agradable, o va a evitar el
desagradable, repetirá la conducta porque espera que eso ocurra, pero no sabe
cuándo. Si repite la conducta, la automatizará, y quedará aprendida e
incorporada en el repertorio conductual del sujeto.
Aunque lo expuesto anteriormente tiene
mayores aplicaciones, más complejas, por los especialistas y los investigadores
de la psicología básica, supone un abanico de conocimientos que resultan de
gran utilidad para resolver de una forma relativamente sencilla pequeñas
situaciones que se nos presentan cada día y que, con frecuencia, por su
desconocimiento, aplicamos de manera inadecuada, con consecuencias que nos
producen cierto malestar. Conocer, al menos de forma básica, este sencillo
mecanismo con el que cuenta nuestro organismo, nos va a facilitar gran parte de
nuestra vida cotidiana, tanto en el ámbito familiar, como en el laboral o
social.
http://www.proyectopv.org/3-verdad/ninopremiosmecanismos.htm
NVA
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