La sociedad occidental - dominada por una mentalidad
competitiva y elitista le asigna demasiada importancia a la autoestima y muchos
occidentales se quejan de sufrir una deficiente valoración.
¿Será
esta situación privativa de nuestra cultura? ¿Qué sucede en otras culturas donde no dominan el paradigma judeo-cristiano ni los valores
reflejados en expresiones tales como lo importante es ganar o no es lo mismo
ser un segundón. ¿Será que por medio de la globalización la idea de la
competitividad y la competición nos ha alcanzado a todos? Pero además surge
otra interrogante: ¿habría que intentar elevar nuestra autoestima lo más que
podamos o quizás un aumento excesivo tiene también consecuencias negativas?
Aunque
la psicología cultural se halla aún en un estado muy rudimentario, los estudios
transculturales son suficientes como para demostrar la relación entre cultura y
emoción, entre las que se incluye la autoestima. Obviando las mayores
controversias, en Occidente definen la autoestima como la valoración general y
relativamente estable que efectuamos acerca de nosotros mismos
mediante un proceso evaluativo emocional y cognitivo. Dada la subjetividad
implícita, se entiende que los valores culturales juegan un rol muy
significativo.
Como en la cultura
oriental el aprecio por uno mismo es estimado igualmente esencial
para la existencia como el aprecio por los demás, no sorprende que en
algunos lugares de Asia ni siquiera exista el concepto de baja
autoestima.
La lingüística y la semántica afectan el modo
en que experimentamos el mundo; incluso, el lenguaje de alguna manera, está creando la realidad que percibe
la persona. ¿Podría ser que el tan manido e indiscriminado uso del término baja
auto-estima en Occidente, estuviese potenciando su propio aumento?
Mientras
que en Oriente no consideran que una alta autoestima sea un bien absoluto, en
la cultura occidental están excesivamente preocupados de elevarla, por ejemplo en USA se destinan millones de dólares a aumentarla
en alumnos de colegios. Como para ellos el si mismo tiene gran importancia,
tienden a realzar su Yo ante los demás. En cambio, los valores de los
orientales los inducen a la modestia y a no sobresalir, por ejemplo los japoneses
se sienten felices y virtuosos, pero sin incurrir en un desmesurado optimismo.
Consecuentemente, en las investigaciones realizadas, los angloamericanos
obtienen una mayor puntuación en autoestima comparado con los asiáticos, aunque la
puntuación de estos últimos se encuentra dentro de rangos normales y
ciertamente muestran una adecuada salud mental. Concerniente al caso
de los inmigrantes orientales, cuanto mayor era el tiempo que llevaban
expuestos a la cultura americana, más elevado era su nivel de autovaloración.
Las
diferencias mencionadas anteriormente parecieran relacionarse con la percepción
y apreciación del Yo propia de cada cultura. En un extremo se encuentra el
denominado yo independiente, típico de la sociedad occidental y en el
otro polo se halla el yo interdependiente, típico de la oriental.
Los occidentales
consideran al Yo como una entidad separada de los demás, alientan la
singularidad con el objetivo vital de diferenciarse de los demás, por lo cual
expresan emocionalmente sus creencias internas y lo que sienten, intentando
subrayar su propia importancia.
Los
orientales, en cambio, consideran al Yo , ligado a los demás, formando parte de
un mismo contexto social, por lo que suelen acallar sus creencias y minimizar
su importancia (la cabeza de quien sobresale corre peligro, proverbio
japonés).
Ellos
se definen no en función de cualidades internas, sino según el papel social que
desempeñan en sus relaciones familiares y sociales.
Ante la
pregunta amplia ¿quién es usted?, un occidental suele responder soy
ingeniero, en tanto que un oriental diría soy hijo de tal persona.
No obstante, también existen culturas occidentales que no son tan
individualistas como la estadounidense (la escandinava valora que el individuo
no sobresalga y se muestran emocionalmente menos expresivos).
Pareciera
que los occidentales se preocupan más por las consecuencias de una deficiente
autoestima, en tanto que los orientales recalcan los aspectos negativos de una
exagerada autoestima. Los occidentales que reportan alta autoestima suelen
evaluar su vida como más satisfactoria y productiva; mientras que atribuyen que
su baja autoestima les afecta las relaciones interpersonales, la productividad
y el bienestar psicológico (timidez, depresión, sensación de soledad).
Por
otro lado, sin embargo, la excesiva admiración por uno mismo que fomenta la
cultura occidental, se asocia a sentimientos ansiosos y depresivos provenientes
de no estar a la altura de la imagen idealizada de su Yo. Ha aumentado el
narcisismo y el trastorno de personalidad narcisista, donde se combinan una
desorbitada imagen de sí mismo con una baja autoestima. El Dalai Lama ha
señalado su extrañeza ante la cantidad de occidentales que se autodesprecian o
que no se tienen autocompasión, ante aquellos que mantienen un incesante
monólogo interno diciéndose a sí mismos ¡no soy capaz! o no
me gusto.
Según
la psicología budista, una autoestima demasiado alta dificultaría la percepción
realista de nuestras cualidades y alentarían la construcción de expectativas
desproporcionadas, tornándonos vulnerables a la ilusión y al posterior
desengaño. De acuerdo con dicho enfoque, la excesiva autovaloración se
derivaría del apego al Yo y de un sentido de autoidentidad falso producto de la
importancia que uno se concede a sí mismo, pudiendo conducir a la aflicción
mental de la arrogancia y de sentimientos afines. Por tanto, considera que la
autoestima es constructiva y beneficiosa solamente cuando es merecida y
equilibrada, ni tan baja ni tan alta.
En lo
que si concuerdan tanto en Occidente como en Oriente es en que la capacidad de
amar y de empatizar con los demás, requiere de la previa capacidad de poder
amarnos y entendernos a nosotros mismos.
Fuente: Alejandra Godoy Haeberle
NVA
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