La espiritualidad es una apertura. Una
apertura a comprender el significado de la vida, a indagar en su misterio. Es
una actitud de búsqueda del sentido de vivir. Decimos que una persona es
espiritual cuando busca y afronta las grandes cuestiones que la vida plantea.
Cuestiones que muchas veces no tienen respuestas definitivas, aunque no
necesariamente queden sin respuesta (Solomon, R. C. , 2002)
La espiritualidad no es tan sólo una
apertura en el pensamiento, es también un sentimiento. Podemos afirmar que la
espiritualidad es un conjunto de ideas y pensamientos sobre el significado de
la vida, y a la vez también es los intensos sentimientos que suscitan en
nosotros. Sentimientos profundos, siempre, y pensamientos intuitivos, más que
racionales o intelectuales.
En ese sentido, pues, por su carácter
intuitivo y vivencial, hablar de espiritualidad no agota el concepto. El
lenguaje puede aproximarnos, nos puede indicar los primeros pasos, la dirección
que toma, pero rápidamente nos encontramos navegando entre metáforas,
intentando fluir entre expresiones cada vez más poéticas, más metafóricas.
Cuando pretendemos describir qué nos ha ocurrido, nos excusamos con un “no
sé”…, o un “es difícil de explicar…” Las frases quedan en suspenso,
incompletas. ¿Afasia? ¿Estupefacción? De ningún modo, al menos no en el sentido
patológico del término, concluye Compte-Sponville (2006). El pensamiento
continúa siendo posible. La palabra continúa siendo posible. Simplemente han
dejado de ser imprescindibles. Son momentos de paz, de armonía, de silencio…
sentimientos de contemplación, de quietud interior…
Espiritualidad
y trascendencia
La psicología transpersonal ha estudiado
el concepto de espiritualidad, poniendo el énfasis en aquellas experiencias
espirituales que llamamos de trascendencia (Walsh, R., Vaughan, F., 1993).
La transcendencia es una experiencia
interior que se caracteriza por la expansión del yo, donde se amplifica el
sentido de identidad y nos sentimos formando una unidad con el entorno; se
trata de una vivencia que podríamos definir como un desprendimiento, una
disolución, o también una dispersión de la consciencia; a la vez, se acompaña
de un sentimiento de pertenencia y fusión con ese entorno, como si las
fronteras de nuestra persona, aquello que se define y nos sitúa en el mundo,
hubiesen dejado de existir, o fuesen tan amplias que englobasen el mundo
exterior. El yo, así, supera los límites personales, o sea, nos trasciende,
pudiendo llegar a abrazar aspectos de la humanidad, de la vida, de la
naturaleza, o bien del cosmos, que anteriormente se experimentaban como ajenos.
Se trata de momentos intensos, donde nos
sentimos abrigados, en un fluir denso, como nadando en la miel. No es un sentir
siempre dulce, pero sí intenso y absorbente. Tanto que podemos no saber cierto
donde empieza y donde acaba la propia persona. Los límites de la conciencia se diluyen, nos sentimos expandidos. Y sentimos también el significado,
en mayúsculas, el significado de la vida; que todo está vinculado y tiene un
sentido.
Un viaje hacia el interior de uno mismo
que, de manera paradójica, nos expande hacia el mundo exterior. Un mundo que ya
no percibimos en sus diferentes partes, separadas entre sí, sino que
constituyen un todo coherente, orgánico, del cual formamos parte. De ese modo,
la percepción del espacio que nos separa del mundo, y que separa las cosas
entre sí, se reduce; como consecuencia, también lo hace el tiempo, que vemos
cómo se ralentiza y se para. Aparece un sentimiento de paz, de silencio, de armonía…
difícil de explicar, porqué en este estado, como ya hemos advertido, el
lenguaje va perdiendo los puntos de apoyo, y recorre a menudo a la analogía, a
la metáfora, para poder comunicar aquello que se ha experimentado.
La transcendencia es una experiencia
manifiestamente espiritual, que nos permite entrar en la dinámica profunda de
la vida, a partir de la cual todas las cosas se atan y vuelven a atarse, y
toman un sentido sagrado. La trascendencia, nos aseguran los psicólogos
transpersonales, no es un privilegio de unos cuantos, sino que es una
experiencia propiamente humana, que nos permite descender a un nivel más
profundo de nosotros mismos. Tampoco es siempre una vivencia absoluta,
completa, sino más bien efímera o huidiza, espontánea, o parcial. Algunas
personas la experimentan a partir de doctrinas religiosas, otras lo consiguen
al margen de estas; unas en solitario, otras formando parte de un grupo;
también puede sobrevenir realizando rituales concretos, pero no siempre es
necesario.
Se trata de experiencias sencillas y a la
vez profundas, que nos proporcionan sentido. Son sensaciones y vivencias
difíciles de transmitir y relatar, como si el lenguaje se quedase medio camino
y fuese insuficiente. En definitiva, experiencias internas, íntimas, que se
resisten a ser descritas, pero que reivindican su legitimidad y razón de ser en
el mundo frenético y ruidoso que nos rodea.
Fuente: Albert Vidal Raventos
http://www.simbolics.cat/cas/la-espiritualidad-apuntes-de-psicologia/
Referencias
bibliográficas:
Compte-Sponville, A. (2006). L’ànima de l’Ateisme. Introducció a una
espiritualitat sense Déu. Barcelona: Paidós
Solomon, R. C. (2002). Espiritualidad para escépticos. Meditaciones
sobre el amor a la vida. Barcelona: Paidós.
Walsh, R., Vaughan, F. (1993). Trascender el ego. Barcelona: Kairós.
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