miércoles, 17 de septiembre de 2014

REFLEXIONES: CONTRA LA SOBERBIA

La soberbia surge de un corazón orgulloso, que no conoce cómo es el corazón de Dios. La base de la soberbia puede residir en la desmedida apreciación que el individuo tiene de sí mismo, que le hace sentirse superior a los demás.
Jesús contó una parábola que bien podía haber sido el resultado de lo que él pudo haber observado alrededor:
A unos que alardeaban de su propia rectitud y despreciaban a todos los demás, Jesús les contó esta parábola:

 En cierta ocasión, dos hombres fueron al Templo a orar. Uno de ellos era fariseo, y el otro un recaudador de impuestos. El fariseo, plantado en primera fila, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque yo no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Tampoco soy como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago al Templo la décima parte de todas mis ganancias”. En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador”. Os digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio, no. Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille a sí mismo”(Luc.18.9-14)
Vemos que el religioso está lleno de sí mismo: él expresaba lo que era en razón de cómo se consideraba a sí mismo, así como en relación a lo que hacía: “yo no soy”, “yo ayuno…” “yo doy…”.
El lenguaje nos descubre a un hombre con un ego bien inflado. Él había caído en lo que hoy se conoce como “yoísmo”.
El yoísmo define una actitud y comportamiento que tiene al individuo en el centro de todo y por encima de todo. En realidad es otra forma de referirnos a la soberbia.
Ser cristiano no garantiza que no vamos a caer en el pecado de la soberbia. En realidad, por lo que enseñan las Escrituras y la experiencia, no hay pecado que un cristiano no pueda cometer si nos descuidamos lo suficiente. Por eso la Palabra nos advierte contra ese pecado de forma precisa. Una buena precaución –o receta- contra la soberbia, es lo que dice el apóstol Pablo:“digo… a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí mismo que el que debe tener” (Ro. 12.3)
Esto podría muy bien referirse a una “autoestima alta”. Claro, también cabe la posibilidad de tener un concepto más bajo de uno mismo. Es decir “una autoestima baja”. Ni lo uno, ni lo otro. Pero en este tiempo en el que se enfatiza tanto la “autoestima”, se corre el peligro de sobreestimarse a uno mismo más de la cuenta y caer en el pecado de la soberbia. Por eso el apóstol mencionado, introduce la frase: “sino que piense de sí con cordura”. Hablar de “cordura” es hablar de equilibrio y eso es lo más difícil. Para eso hace falta cierto grado de sabiduría y sentido común.
Luego, ante la posibilidad de creerse uno superior por lo que tiene o por lo que hace, debido a sus habilidades –dones naturales o espirituales- es bueno pararse a pensar en todo cuanto somos y tenemos. ¿De dónde viene? ¿A quién se lo debemos? y la conclusión a la cual llegamos, es que todo, sin excepción, se lo debemos al Creador y Salvador nuestro.
 El mismo apóstol Pablo, nos frena en seco ante la posibilidad de caer en la soberbia. Y lo hace con un par de preguntas: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?” (1”Co.4.6-7)
Eh ahí el pecado de soberbia: creernos que somos algo por nosotros mismos, que todo cuanto tenemos o hacemos, es gracias sólo a nosotros y a nuestras propias habilidades. Pero por medio de esas dos preguntas, el apóstol nos deja al desnudo de todo tipo de presunción, orgullo y soberbia. En la vida son muchos los factores que nos enseñan, que no podemos controlar todo cuanto quisiéramos: una enfermedad repentina, una calamidad financiera, etc., podría hacernos recordar cuán limitados somos.
Decía mi querida suegra, de su marido, mi suegro, fallecido hace unos 45 años, que cuando en plena faena cuidando el ganado, bebía agua fresca del botijo, dejaba correr el agua por su pecho desnudo y cuando terminaba de saciar su sed, exclamaba: “¡Y luego dicen que no hay Dios!”.
Ese sencillo acto de adoración (reconocimiento de que Dios es el Creador y el dador de todo bien) vale más que todas las proclamaciones y actos religiosos llenos de yoismo + sobreautoestima =soberbia.
Bien dijo el Señor Jesucristo, cuando terminó la parábola mencionada: “Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille a sí mismo" (Luc. 18.14)

Texto de Ángel Bea
Fuente: http://entreperegrinos.mforos.com/1854514/10918049-la-receta-contra-la-soberbia/

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