La soberbia surge de un corazón orgulloso, que
no conoce cómo es el corazón de Dios. La base de la soberbia puede residir en
la desmedida apreciación que el individuo tiene de sí mismo, que le hace
sentirse superior a los demás.
Jesús contó una parábola
que bien podía haber sido el resultado de lo que él pudo haber observado
alrededor:
A unos que alardeaban de su propia rectitud y
despreciaban a todos los demás, Jesús les contó esta parábola:
En cierta ocasión, dos hombres fueron al
Templo a orar. Uno de ellos era fariseo, y el otro un recaudador de impuestos.
El fariseo, plantado en primera fila, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh
Dios! Te doy gracias porque yo no soy como los demás:
ladrones, malvados y adúlteros. Tampoco soy como ese recaudador de
impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago al Templo la décima parte de todas mis ganancias”. En
cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se
atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía:
“¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador”. Os digo que este recaudador
de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio,
no. Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien
se humille a sí mismo”(Luc.18.9-14)
Vemos que el religioso
está lleno de sí mismo: él expresaba lo que era en razón de cómo se consideraba
a sí mismo, así como en relación a lo que hacía: “yo no soy”, “yo ayuno…” “yo
doy…”.
El lenguaje nos descubre
a un hombre con un ego bien inflado. Él había caído en lo que hoy se conoce
como “yoísmo”.
El yoísmo define una actitud y comportamiento
que tiene al individuo en el centro de todo y por encima de todo. En realidad
es otra forma de referirnos a la soberbia.
Ser cristiano no
garantiza que no vamos a caer en el pecado de la soberbia. En realidad, por lo
que enseñan las Escrituras y la experiencia, no hay pecado que un cristiano no
pueda cometer si nos descuidamos lo suficiente. Por eso la Palabra nos advierte
contra ese pecado de forma precisa. Una buena precaución –o receta- contra la
soberbia, es lo que dice el apóstol Pablo:“digo… a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí mismo que el que debe
tener” (Ro. 12.3)
Esto podría muy bien
referirse a una “autoestima alta”. Claro, también cabe la posibilidad de tener
un concepto más bajo de uno mismo. Es decir “una autoestima baja”. Ni lo uno,
ni lo otro. Pero en este tiempo en el que se enfatiza tanto la “autoestima”, se
corre el peligro de sobreestimarse a uno mismo más de la cuenta y caer en
el pecado de la soberbia. Por eso el apóstol mencionado, introduce la frase: “sino que piense de sí con
cordura”. Hablar
de “cordura” es hablar de equilibrio y eso es lo más difícil. Para eso hace
falta cierto grado de sabiduría y sentido común.
Luego, ante la
posibilidad de creerse uno superior por lo que tiene o por lo que hace, debido
a sus habilidades –dones naturales o espirituales- es bueno pararse a pensar en
todo cuanto somos y tenemos. ¿De dónde viene? ¿A quién se lo debemos? y la
conclusión a la cual llegamos, es que todo, sin excepción, se lo debemos al
Creador y Salvador nuestro.
El mismo apóstol
Pablo, nos frena en seco ante la posibilidad de caer en la soberbia. Y lo hace
con un par de preguntas: “¿Qué
tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te enorgulleces como
si no lo hubieras recibido?” (1”Co.4.6-7)
Eh ahí el pecado de
soberbia: creernos que somos algo por nosotros mismos, que todo cuanto tenemos
o hacemos, es gracias sólo a nosotros y a nuestras propias
habilidades. Pero por medio de esas dos preguntas, el apóstol nos
deja al desnudo de todo tipo de presunción, orgullo y soberbia. En la vida son
muchos los factores que nos enseñan, que no podemos controlar todo cuanto quisiéramos:
una enfermedad repentina, una calamidad financiera, etc., podría hacernos
recordar cuán limitados somos.
Decía mi querida suegra,
de su marido, mi suegro, fallecido hace unos 45 años, que cuando en plena faena
cuidando el ganado, bebía agua fresca del botijo, dejaba correr el agua por su
pecho desnudo y cuando terminaba de saciar su sed, exclamaba: “¡Y luego dicen
que no hay Dios!”.
Ese sencillo acto de
adoración (reconocimiento de que Dios es el Creador y el dador de todo bien)
vale más que todas las proclamaciones y actos religiosos llenos de yoismo + sobreautoestima =soberbia.
Bien dijo el Señor Jesucristo,
cuando terminó la parábola mencionada: “Porque
Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille
a sí mismo" (Luc.
18.14)
Fuente:
http://entreperegrinos.mforos.com/1854514/10918049-la-receta-contra-la-soberbia/
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