El 80% de las cosas que tememos no
ocurrirán.
El miedo es el nombre que recibe uno de
los comportamientos más comunes en la sociedad contemporánea. Acosado
permanentemente por señales negativas y noticias cada vez peores, es fácil que
cualquier individuo se lance a una espiral de negatividad irracional en la que
considere que el porvenir sólo puede traer cosas malas. Si en el célebre cuento
de la lechera su protagonista terminaba perdiéndolo todo debido a sus delirios
de grandeza, en estas situaciones de crisis ocurre lo mismo pero en sentido
inverso: terminamos
hundiéndonos como consecuencia de nuestros propios miedos sobre lo que nos
deparará el futuro.
En psicología se conoce como pensamiento
catastrófico el que lleva a pensar sólo en las consecuencias negativas de cada
acontecimiento, provocando ansiedad e incertidumbre y olvidando lo positivo. Un
problema que se convierte en epidemia
en momentos especialmente traumáticos o
estresantes. Podría decirse que dicho problema cognitivo se ha extendido a toda
una sociedad expuesta a diario a una sucesión de informaciones (económicas,
sobre todo) cada vez más negativas. La psicología ha defendido cómo muchas
veces recurrimos al miedo para tratar nuestros problemas.
"Cuando las amenazas son
importantes, sentir miedo puede ser aún peor, incluso desastroso en el caso de
que no hagamos nada más", señalaba el profesor de antropología social
australiano Kay Milton en un artículo llamado, precisamente, Miedo
al futuro. "Hay una circunstancia en la que nos decantamos por
administrar nuestro miedo antes que por buscar una solución: cuando la amenaza
es tan grande o compleja que nos hace sentir indefensos. En esa coyuntura, intentamos
manejar nuestro miedo porque no nos imaginamos solucionando el problema".
Es un marco bastante similar al que atravesamos como sociedad, y que suele
aparecer "ante peligros estadísticamente probables", como señala el
autor.
Cuando el cambio no está en nuestra mano,
y no hay plan B posible, preocuparse no tiene sentido. Determinados programas
se han desarrollado para poner freno a dichos pensamientos. Un curioso ejemplo
es el que lleva a cabo en el ejército de los Estados Unidos el profesor Martin Seligman de la Universidad de
Harvard. A pesar de la polémica que ha suscitado, Seligman consiguió capacitar a
los soldados para que en el campo de batalla fuesen capaces de olvidar lo que
ocurriría tras el combate y se mostrasen presentes con el fin de tener la cabeza despejada
para elegir la mejor solución. El programa partía de la idea de que las
guerras, en el futuro, no las ganarían aquellos que tuviesen mejor armamento,
sino los que contasen con un ejército preparado para afrontar cualquier
circunstancia, por fatal que pudiese parecer.
Luis Muiño, psicoterapeuta y divulgador, afirma que “el primer arma que debemos utilizar
es evitar la tendencia a
anticipar cosas que no han ocurrido y que probablemente nunca ocurran. Es
algo natural en el ser humano, y que en muchos casos puede jugar un papel
adaptativo. Por ejemplo, cuando pensamos en un plan B ante determinada dificultad
que pueda aparecer en el futuro”. Es lo que también se conoce como “luchar o
huir”, la respuesta que produce el organismo frente a una situación peligrosa y
que le lleva a decidir en cuestión de segundos entre ambas opciones, espoleado
por la subida de adrenalina y ansiedad que una situación crítica produce.
El problema se produce cuando dicha
respuesta aparece en momentos en que no es necesaria, generando ansiedad sin
que el peligro esté presente, o incluso inventando problemas a los que
anticiparse. Es entonces cuando aparecen los tan frecuentes desórdenes de
ansiedad. “Cuando el cambio no está en nuestra mano, y no hay plan B posible,
preocuparse no tiene sentido”, señala Muiño. “El ochenta por ciento de las
cosas que nos preocupan no van a ocurrir nunca. Se trata de algo totalmente
improductivo, que sólo conduce a desmoronarse. En realidad, lo de menos es
que el pensamiento sea acertado o no”. Si preguntas a alguien por su familia,
no te va a contar las buenas noticias, sino las malas. El psicólogo detalla una
de las herramientas que emplea en terapia para relativizar la importancia de lo
negativo: “Pedimos a nuestros pacientes que recuerden ejemplos de situaciones
malas que finalmente salieron bien. Cada persona puede encontrar miles y miles.
Por ejemplo, hay quien ha estado a punto de perderlo todo, o ha roto con su
pareja y al final ha conseguido salir adelante”, señala Muiño al mismo tiempo
que recuerda que tendemos a olvidarnos de lo positivo. “Es lo que se conoce
como una profecía autocumplida: pensamos
que vamos a hundirnos y por lo tanto, terminamos conduciéndonos nosotros mismos
a dicha situación”.
Exageramos lo negativo No se trata, por otra parte, de intentar
agarrarse desesperadamente a las noticias positivas, puesto que puede ocurrir
que estas nos engañen y, por lo tanto, nos veamos conducidos a la
desesperación. “No creo que la solución se encuentre en racionalizar la
situación, pensando en que hay datos para la esperanza”, asegura Muiño. “Al
final siempre se nos ocurrirá el peor escenario, puesto que estamos preparados
cognitivamente para ello,
con el fin de afrontar los problemas que puedan surgir. ‘Inútil’ es la palabra
que debemos repetirnos continuamente cuando aparezcan tales pensamientos”.
Gran parte de los psicólogos han señalado
en los últimos tiempos que precisamente la abundancia de información ha
contribuido a que no podamos olvidarnos de las amenazas que se ciernen sobre
nosotros. Luis Muiño recuerda que “al fin y al cabo, las únicas noticias son
las negativas”, y recuerda que las buenas nuevas –como el descenso de la
criminalidad– no gozan de la misma difusión. “No se trata de algo que ocurra
sólo con los medios de comunicación”, prosigue. “Si te encuentras a alguien por
la calle y le preguntas por su familia, no te va a contar lo bien que está el
tío Paco, sino que la tía Pilar ha ido al médico y le han encontrado algún
problema. Lo que va bien no
interesa. No queremos que nos
digan por qué los zapatos no nos aprietan, sino precisamente por qué nos
aprietan”.
“Los que mejor llevan este tipo de situaciones
son los que consiguen recuperar la
sensación de control. Otro de los procedimientos utilizados en la terapia
del psicólogo sirve para ilustrar lo erróneo de tal concepción: “Suelo coger un
periódico de hace seis o siete años y entregárselo a mis pacientes para que
comprueben cómo todo parecía irse a pique, incluso en los noventa, en el
comienzo de la eclosión económica”. La mayor parte de previsiones no se
cumplieron, y las que sí lo han hecho, no han acabado en un Apocalipsis absoluto.
“Quizá no estaría mal dejar de consumir información de manera continua,
especialmente la económica. De todas formas, se ha hablado de traficantes
de miedo, pero creo que es algo consustancial al ser humano. Lo hacemos todos,
no sólo los periodistas”.
Actividad contra el miedo
Una de las características esenciales de
la incertidumbre es la parálisis. Si sentimos que las cosas van a seguir mal
hagamos lo que hagamos, es probable que bajemos la guardia y nos dejemos llevar
por la marea. Craso error: “La principal consecuencia del clima de miedo en el
que vivimos es la indefensión. El sociólogo Zygmunt Bauman habla del miedo
líquido para referirse a esta situación. Ya no es que no podamos hacer nada con
la prima de riesgo, es que ni siquiera sabemos muy bien qué es. Antes las
amenazas eran reales y tangibles: los lobos que atacaban por la noche, la
naturaleza misma. Ahora, ¿cómo te proteges de la prima de
riesgo?” Precisamente Bauman identificaba la incertidumbre con el miedo
en su ensayo Miedo líquido (Paidós), cuando escribía que "el
miedo es nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer
para combatirla", y recordaba que "la generación tecnológicamente más
preparada es al mismo tiempo la más acuciada por sentimientos como la inseguridad
y la impotencia".
Lo más aconsejable, y no sólo desde un
punto de vista psicológico, es ponerse en marcha. “Los que mejor llevan este
tipo de situaciones son los que consiguen recuperar la sensación de control.
Aunque no se pueda influir sobre la prima de riesgo, se puede hacer algo útil,
como ampliar las perspectivas de trabajo, o controlar la economía doméstica y
optimizar tus recursos. En definitiva, ponerse
a hacer algo es muy bueno psicológicamente”, mantiene Muiño. Sin embargo,
mantiene el psicólogo, no se trata tanto de buscar el beneficio individual como
de colaborar con los demás y sentirse conectado. “Es necesaria una cierta
solidaridad y organización, que debe partir de la empatía hacia los demás. Frente a las políticas del miedo que lo que propugnan es un ‘sálvese
quien pueda’, lo importante es entender a los que te rodean, ponerse en
su lugar y decir ‘estamos todos juntos’. No consiste, en mi opinión, en actuar
de forma individual, y ni siquiera en forma de lobby, puesto que los que más sufren
no suelen tener ningún poder”, concluye el psicólogo, proporcionando así el
último ingrediente de la receta anti-miedo: la cooperación.
NVA
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