La cultura y
la educación influyen en la toma de decisiones y en la percepción de la
realidad de cada persona. Así, un occidental y un asiático no ven el mundo de
la misma manera. La ciencia acaba de confirmar cuáles son las diferencias
Hace
ya más de tres años, tras el accidente nuclear de Fukushima, en Japón muchos
móviles se quedaron sin cobertura. En medio del pánico general, la única manera
que tenían los ciudadanos de contactar con alguien era encontrar una cabina telefónica que funcionase. En pocos minutos se
formaron largas colas de personas, ansiosas por hablar con sus seres queridos
desde un teléfono público. En estas circunstancias dramáticas, todos deseaban
levantar el auricular para tranquilizar a sus familiares. Ocurrió lo que desde
nuestra óptica costaría entender: cada japonés se limitó a hacer una llamada,
después de la cual volvía, de forma ordenada y respetuosa, a ponerse en la cola,
para permitir, en nombre del bien común, que todos pudiesen aprovechar el
teléfono por lo menos una vez. ¿Aquí pasaría lo mismo?
Asia
está destinada a convertirse en el área geoestratégica más relevante del
planeta en las próximas décadas. De hecho, el proceso de globalización ya ha llevado desde hace años a unos
cuantos occidentales a desplazarse a Oriente para estudiar, trabajar o montar
un negocio. La tendencia parece imparable pero, para muchísimas personas, la
filosofía y los valores detrás de las culturas milenarias diseminadas por este
vasto continente siguen siendo en gran parte un misterio. Porque
no cabe duda –y el ejemplo de Fukushima lo demuestra– de que, aunque se corra
el riesgo de caer en simplificaciones o generalizaciones, diferencias las hay.
¿Cuáles?
Antes
que nada habría que huir de un cierto determinismo biológico. Lo que cambia
entre los humanos es la educación y la cultura, pero el cerebro en sí no
nace con ningún programa preinstalado, por así decirlo, en su disco duro.
Hablar de cerebro oriental es incorrecto y de hecho, los niños chinos adoptados
y educados en nuestra sociedad aprenden a percibir y a tomar
decisiones exactamente igual que nosotros: no hay diferencia. Los genes, en
este sentido, no marcan. Dicho esto, experimentos científicos recientes han
detectado que existen algunas pautas de comportamientos típicos que
caracterizan a los asiáticos y a los occidentales, que tienen su origen en
factores culturales y sociales.
Kimio
Kase, profesor del Iese, es japonés y lleva 38 años en España. “He tenido
oportunidad de contrastar las maneras de pensar entre los dos mundos y creo que
somos muy distintos”, opina. Kase acaba de publicar un libro muy intrigante: Asian
versus western management thinking (Palgrave Macmillan), en el que se
analizan las principales diferencias entre el estilo de gestión y el
liderazgo en las empresas orientales y occidentales. Escribió el libro junto a
Alesia Slocum, profesora estadounidense de la Saint Louis
University, y pudo comprobar como ya antes de empezar a escribir, sus enfoques
eran opuestos. El empezó a centrarse en los temarios, ella insistía en definir
qué articulación iba a tener discurso y el mensaje. “Los occidentales
siempre necesitan agarrarse a un marco general de referencia y, como un paso
siguiente, desarrollan los detalles. Para los orientales, en cambio, los
detalles son importantes y a partir de ahí se va construyendo, de forma
sucesiva, la estructura, que surge después. Como forma mental, los asiáticos van siempre del particular hasta el
genérico, mientras que los europeos o los estadounidenses siempre tienen un
esquema en la cabeza y luego se van fijando, en un segundo momento, en los
elementos secundarios”.
En
su obra, Kase ha comprobado como en Oriente predomina un estilo de dirección
de las empresas de tipo inductivo: es decir, que se analizan las situaciones a
través de contextos que no obedecen necesariamente a una lógica previa. El
ejecutivo occidental, heredero del pensamiento cartesiano, intenta solucionar
el problema a través de la planificación y de la previsión, mientras que en
Asia confían en la improvisación o en la argucias sociales; el pensamiento occidental valora los hechos, el ejecutivo
oriental sigue más bien la intuición; en Europa o EE.UU. escogen la mejor
alternativa entre las previstas, mientras que en Asia se prueban varias
soluciones para ver qué funciona; un occidental recurre a ejemplos para
especificar los objetivos a alcanzar, el oriental es más proclive a emplear
metáforas. Resumiendo, el pensamiento deductivo de Occidente –afirman los
autores– examina la realidad material mientras que el oriental tiene en cuenta
las circunstancias cambiantes y las distintas interacciones sociales.
Cualquiera
que haya pasado alguna temporada en Asia se habrá hecho sus propias ideas al
respecto. Pero la novedad es que existe una amplia literatura científica que,
por primera vez, ha intentado comprobar estas distintas hipótesis. Takahiko
Masuda, de la Universidad
de Alberta en Canadá ha conducido numerosos experimentos en el ámbito de la percepción. Masuda,
–que subraya que fisiológicamente todos somos iguales– ha pedido a grupos de
occidentales y orientales que sometieran a distintas pruebas. En una, los
participantes tenían delante una imagen de una caricatura en la que había
representado un grupo de personas. Debían fijarse en la expresión del sujeto que estaba situado en
primer plano. Pues bien, se pudo comprobar como los asiáticos dedicaban más
tiempo a examinar las figuras del fondo que los norteamericanos. Esto
demostraría que, en Occidente, cuando los individuos tratan de ver lo que
siente esta persona, se centran en la expresión facial del sujeto principal,
mientras que los japoneses están más pendientes de lo que siente cada uno en el grupo. En este
sentido, los asiáticos perciben a la gente en términos de relación con los
demás y las expresiones faciales de la gente alrededor son una fuente de
información para entender la emoción particular, que se considera inseparable
de los sentimientos de los otros.
En
otro experimento, se les enseñó a los dos colectivos una viñeta con escenas
submarinas durante unos minutos. Ante las preguntas sobre lo que recordaban,
los occidentales solían responder algo por el estilo “vi a una trucha en la
izquierda”. En cambio, los japoneses contestaban así: “vi una corriente marina,
el agua era verde y había rocas en el fondo.”. Por lo general, los asiáticos
señalaban un 60% más de detalles respecto a los norteamericanos, mientras que
estos últimos tendían a fijarse principalmente en un objeto determinado. “Las
dos culturas difieren en sus juicios. Los occidentales viven en sociedades más independientes,
focalizadas en la realización de los objetivos personales mientras que para los
asiáticos la causa de todo está en el contexto”, afirma Masuda.
También
se hicieron pruebas para comprobar diferencias en las tomas de decisiones. Se
pidió a occidentales y orientales que dibujaran una casa en una hoja de papel y
que sacaran un retrato de una persona con una cámara de foto.
El resultado fue que, en los dibujos, los asiáticos situaban la línea del
horizonte en la parte superior del papel. Esto le permitía añadir en el espacio
de abajo toda una amplia gama de elementos secundarios: animales, mascotas,
naturaleza, decoración arquitectónica del barrio etcétera. En cambio, los
occidentales dibujaron la casa como objeto central y elemento casi exclusivo,
con poco margen para adornos.
En
lo que se refiere a las fotos, los resultados fueron similares. En los retratos
hechos por los norteamericanos la cara ocupaba la mayor parte del encuadre. En
las imágenes hechas por los asiáticos, en cambio,
el formato del retrato tendía al medio cuerpo o incluso al plano medio y la
persona parecía incrustada en el paisaje y en el entorno.
Basta
darse un paseo por una capital asiática para darse cuenta de cómo la vida
diaria está condicionada por una multitud de elementos. Después de estudiar más
de mil escenas en ciudades japonesas y norteamericanas, los académicos han
llegado la conclusión de que las niponas contienen más objetos y son más
complejas. Esto explicaría que los asiáticos están más obligados a estar
pendiente del contexto,
al ser un elemento con mucha presencia en sus vidas. También es revelador
admirar la producción artística. Masuda y su equipo han puesto bajo la lupa
1.200 cuadros entre la colección del Metropolitan Museum de Nueva York y los
principales centros museísticos de Asia. Su conclusión es que los pintores
occidentales tienden a resaltar la figura humana en los retratos, mientras
que los autores asiáticos suelen añadir al personaje principal más información
visual, como colchonetas, biombos, sombras de las ventanas e incluso
comentarios escritos a mano.
Para
entender el porqué de estas diferencias, tal vez haya que remontar a factores
culturales. Como recordaba el filósofo Hu Shih: “En la filosofía de Confucio,
el hombre no puede existir solo; toda acción tiene que ser bajo la forma de una interacción entre un hombre y un hombre”. Según el
antropólogo Edward T. Hall, “el ego de occidente está compuesto de atribuciones
fijas y puede moverse de un contexto a otro sin grandes alteraciones. Pero para
los asiáticos, la persona está tan conectada con los demás, que su ego depende
del contexto. Si una persona sale de su red social habitual, este individuo
literalmente se convierte en otra persona”.
El
grupo de investigadores cita, en este sentido, una prueba empírica reveladora
que tuvo como participantes a las madres. Se comprobó que las mamás
norteamericanas se dirigen a sus hijos poniendo su atención esencialmente en
los objetos (“mira el coche rojo”), mientras que las madres japonesas se
centraban, además de en el objeto, en las rutinas sociales del mismo (“Te doy el coche
rojo. ¿Has visto que ruido hace cuando cae al suelo?”). También se demostró que
las madres estadounidenses solían usar en sus expresiones más nombres (de
objetos) cuando hablaban con sus hijos,
mientras que las chinas, más verbos (evidentemente referentes a la relación del
objeto con su contexto).
Masuda
menciona otro estudio que va en esta misma línea. Se pidió a orientales y
occidentales que agruparan distintas imágenes: mientras que estos últimos
pusieron en el mismo saco el mono y el panda (“ambos son animales”), los de
Asia en su mayoría asociaron el mono con el plátano (“porque el mono come el
plátano”). La interpretación coincide con las pruebas anteriores: para los
asiáticos importan más los nexos entre los objetos que las características
intrínsecas de los mismos. Los occidentales dividen la realidad en categorías y los asiáticos en
términos de relaciones. Por ejemplo, para los orientales el perro no es sólo un
animal de la familia de los caninos, sino más bien el amigo del hombre y el
enemigo de los gatos.
Estos
trabajos evidencian, además, como en la cultura occidental prevalece una visión
analítica, mientras que en la oriental subyace una más holística. La primera
procede de la filosofía griega, que es la que dará lugar al mito de Homero y
del individuo. Los griegos veían una cierta estabilidad en el mundo y
glorificaban a los héroes. Para los asiáticos el tiempo no es linear, sino circular y los
acontecimientos no son fruto de decisiones determinadas, sino que hay un cambio
continuo. Y esto explicaría, entre otras cosas, porque los asiáticos se sienten
cómodos con las contradicciones. Normalmente, subraya Kase en su libro, los
argumentos de los occidentales están más enfocados en el concepto de correcto y equivocado y siempre creen que uno de los dos bandos
debe tener razón, mientras que los asiáticos buscan soluciones de compromiso.
Cuando en un experimento se le presentaron propuestas aparentemente
contradictorias, los participantes chinos no descartaron que ambas fueran
verdaderas, mientras que los estadounidenses eran más propensos a rechazar una
propuesta en favor de la otra.
Amadeo
Jensana, director de Economía y Empresa de Casa Asia, cree que la clave está en
la cultura: “Para empezar, en occidente existe un alfabeto. Son letras
precisas. Son símbolos concretos. En cambio, en oriente, los ideogramas son más
bien asociación de ideas. Por ejemplo, el periódico en japonés no existe como
tal sino que es una noticia nueva. Para los orientales, todo está interrelacionado.
En cambio, prevalece en occidente una cierta cultura del ego, es una sociedad
más individualista en muchos aspectos: la religión es monoteísta, la salvación
es personal. En Asia el individuo no es el eje central: la sociedad es mucho
más jerarquizada. Hay más culto a la obediencia y todo lo referente al
colectivo es más importante”.
Según
el profesor Masuda, “para los norteamericanos, la acción auténtica es la que
está motivada, elegida libremente y que es el resultado de las intenciones y de
los objetivos de cada uno. En cambio, en las culturas asiáticas, comportarse de
forma apropiada significa ajustarse a las expectativas de otra gente, y esto es más
importante que conseguir logros personales. La realización de los propios
objetivos se ve como algo infantil y
egoísta. En países como Japón, un acto maduro consiste en cumplir con el papel
que los demás te han asignado, asumir la perspectiva de los demás y promover la
armonía social”.
La
historia ancestral de Asia y de Occidente también podría estar detrás de estas
pautas sociales. Masuda sugiere la siguiente hipótesis: desde tiempos antiguos,
los asiáticos eran campesinos y estaban condenados a vivir los unos con los
otros para garantizar la cosecha. El sistema de irrigación necesitaba una
cierta jerarquización y orden, para permitir el
funcionamiento de la explotación del conjunto del terreno. En cambio, en
Grecia, las tareas de cazar, pescar, comercializar no requerían colaboración
social. De ahí habría nacido esta mentalidad más individualista.
Al
final de este recorrido surge una duda espontánea: ¿no se estaría aplicando
etiquetas a dos culturas muy heterogéneas? Joaquín Beltrán es coordinador de
los Estudios de Asia Oriental en la Universitat Autònoma
de Barcelona. De formación es antropólogo y considera que “las diferencias son
circunstanciales a los seres humanos. Es una simplificación de la realidad. Yo
creo que no es correcto recurrir a categorizaciones”, afirma. “De hecho, está
demostrado que las elites de oriente no difieren mucho, en
términos de pensar, de las elites de occidente, con la que comparten ciertas
visiones y coinciden en muchos aspectos”. Beltrán cree que existe un puente
entre las dos culturas, y lo explica de la siguiente manera.
“Cuando
se habla de diferencias entre las dos culturas en realidad estamos replicando
las existentes entre el mundo rural y el mundo urbano. En el primero, prevalece
la confianza,
las relaciones cara a cara, el objetivo de eludir los conflictos, el respeto de
las jerarquías, el peso del colchón familiar, el respeto a los mayores, el
evitar la crítica social, el portarse bien, el mantener un cierto orden moral.
Nosotros mismos éramos así hace siglos. Con lo que los occidentales tenemos más
cosas en común con los orientales de las que pensamos”.
Fuente: Piergiorgio M. Sandri
Barcelona
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